Rafael Ángel Aguilar Sánchez - El Norte del Sur

«Yo os llevo»

Generoso, de voz torrencial y conversación inagotable, el periodista Fernando Carrasco ahondó en la figura de Juan de Mesa

QUeríamos pasear. Era lo que nos pedía el cuerpo. La tarde estaba espléndida, con esa luz clara y de tonalidades próximas a las de la costa que queda ya lejos en la Andalucía del interior. En Córdoba. Era otoño pero parecía primavera. Mediaba octubre. Había sol, hacía hasta calor. Luis tenía claro que su destino era la Basílica de la Macarena y los dos sabíamos, porque Sevilla no se nos había olvidado a ninguno, que de camino cogía el río, la Barqueta y, sobre todo, la Alameda. Así que pisamos la calle desde la sede del periódico, tan felices ambos como dos estudiantes que pasan un día en «The New York Times» y que además se sienten parte de él, y nos pusimos en marcha. Y en esto, cuando ya habíamos sobrepasado el arco de la garita, un coche se aproximó con el conductor haciéndonos aspavientos, pitándonos como quien redobla un tambor.

-Adónde vais, miarma. Que yo os llevo donde haga falta, que para eso estamos. Vámonos.

Era Fernando. Fueron inútiles nuestros intentos de convencerlo de que añorábamos la ciudad en la que él vivía y que nos apetecía andar. Antes de que nos diéramos cuenta lo teníamos allí plantado delante de nosotros, erguido, casi firme, con las puertas traseras abiertas indicándonos con una seriedad tan oferente como inapelable que él iba a ser nuestro chófer. Y que no había más que hablar que para eso él era nuestro anfitrión.

Así que en los cinco minutos que tardamos hasta nuestro destino el único que habló, o casi, fue él. Charlaba como tuiteaba, con la misma intensidad desbordante con la que hace apenas dos días bromeaba en Facebook sobre la «excolarización» que la Junta de Andalucía ha iniciado en Córdoba, donde él tenía familia y por donde nos lo encontrábamos de higos a brevas tomándose una cerveza en El Correo o en algún acto cofrade. Nunca Juan de Mesa tuvo mejor estudioso. Esa tarde, la que nos recogió, iba a un ensayo de la obra que acaba de estrenar y que está basada en su novela El hombre que esculpió a Dios. Le preguntamos que de dónde sacaba el tiempo para escribir con la dedicación que tenía por el periódico. Para Luis y para mí, para nosotros, era un ejemplo: un periodista veterano que había dado el salto desde los modos tradicionales del oficio al trabajo con las nuevas tecnologías. Cuando madrugaba para abrir la web del ABC de Sevilla colgaba una foto suya en alguna avenida desierta y aún oscura. Igual que hacía cuando viajaba a Tierra Santa o cuando desayunaba en El Pasaje. Por momentos era el mejor sanitario contra los errores del sistema. Llamaba uno a la Redacción pidiendo auxilio porque no daba con la tecla del programa y si era él quien cogía el teléfono ya sabía su interlocutor que el problema había empezado a arreglarse. Rebuscaba en los archivos del ordenador y ponía en pie lo que nosotros habíamos deshecho. Antes de colgar nos decía miarma y nosotros nos reíamos. Y se despedía con su torrente de voz.

-A mandá, compañero. Si te ves en otra no tienes más que llamá.

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