Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR

Los libros en canal

El poemario devastador de Javier Fernández recuerda que la literatura sólo necesita unas cuantas palabras bien escritas para golpear el estómago

«Si escribo es para parecerme a los autores que admiro y que si se pusieron a hacer un libro fue porque sabían que con las palabras se puede y se debe dar un puñetazo en el estómago, poner las conciencias del revés. Si no es para eso es mejor quedarse sin coger el bolígrafo». Lo dijo el otro día en El Bulevar del Libro el escritor y fotógrafo sevillano Javier Mariscal , que vino a Córdoba a presentar sus «Tragalluvias» y «Habitación desnuda» acompañado por dos hombres de letras fecundas: el editor J uan Luis Gavala , fundador del sello Palimpsesto 2.0, y el poeta Marcos Matacana . Lo que son las cosas: después del acto estaba en un bar de la zona peatonal de Gran Capitán Javier Fernández , el autor de un texto descarnado que va directo a las entrañas del lector y que aborda con una franqueza admirable y devastadora la pérdida repentina y prematura de un familiar, la de su hermano en concreto. El poemario lleva el título de «Canal» , ha merecido el premio Ricardo Molina de Poesía , se lee en un cuarto de hora y resulta inolvidable porque taladra la médula de los sentimientos y airea los fantasmas del pasado; porque saca a pasear los traumas ya que, si no, no hay manera de superarlos; y porque se sumerge en el hueco negro de las ausencias con la certeza de que ése es un viaje arriesgado, que desgasta mucho y que duele de tal modo que deja al lector abatido pero con la lucidez suficiente para que sea capaz de llegar a una valiosa conclusión. Es la siguiente: que no hay otra forma de sobreponerse a las tristezas de la vida que mirándolas de frente; que la huida hacia adelante, la del olvido consciente, es una trampa que no conduce a ningún sitio, o al menos a ninguno próximo a ese cierto pacto con el mundo al que aspira cualquiera para conquistar cierta felicidad a pesar los pesares.

Treinta y tantos años ha tardado Fernández en escribir «Canal». O mejor dicho: en sentarse a escribirlo. «Cuando me decidí y encontré el tono hice más de la mitad del libro en una madrugada », venía a reconocer este miércoles tomando una copa cerca de la Feria del Libro. Él mismo asumía que antes había tenido más intentos pero que se demostraron infructuosos. Porque las palabras se habían convertido en un estorbo, no en un medio para contar cosas. Hasta que llegó un día en el que se dio cuenta de que lo único que tenía que hacer era poner sobre el papel, sin artificios y sin ninguna concesión estética , lo que llevaba tanto tiempo doliéndole tanto: el niño que fue su hermano, los juegos detrás de las vías, un día como otro cualquiera con la mesa casi puesta, su madre que lo echa de menos, la primera inquietud, la alarma posterior, la búsqueda y las botas infantiles en el Guadalmellato. Y luego el daño agudo e incurable de la cama vacía del hijo ahogado, la familia destrozada y el matrimonio deshecho. La literatura no necesita mucho más que unas cuantas palabras bien escritas para golpear el estómago y poner la conciencia del revés.

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