José Javier Amoros - Pasar el rato

Leer en Córdoba

Habría que pensar en una librería con una barra al fondo

Falta mucho para que haya en Córdoba más librerías que tabernas . Pero ya empezamos a tener libros suficientes para acompañar tantas copas. Algunas tabernas son como libros conversados, y resultan más amenas y formativas que tantos escritores pedantes y pelmas. No hay que sobrevalorar ni la librería ni la taberna. Cada una tiene su momento, también para abandonarlas. Si nos pasamos de medida con los libros o con las copas, la vida pierde interés, porque la vivimos por sustitución. Alardear de que se lee un libro diario o se trasiega una botella diaria es presunción de cursis y de gañanes. A uno no le parece menos tonto el lector compulsivo que el bebedor compulsivo. Lo que importa es la selección, lo importante es el criterio. Saber leer y saber beber. La lectura, como la bebida, se administra en las dosis adecuadas y con productos de calidad reconocida. No hay que leer ni beber cualquier cosa y de cualquier manera. Por los clásicos sabemos que no hay que leer muchos libros, sino muchas veces el mismo libro. ¿Cómo va uno a leer a Rosa Montero o a Ildefonso Falcones , teniendo todavía pendientes tantas lecturas de Dostoievski, de Shakespeare, de Cervantes, de Kant?

Este periódico publicó la semana pasada dos interesantes informaciones sobre libros, de su redactor Luis Miranda , también brillante columnista. En Córdoba ha aumentado la edición de libros. De tal manera que no podríamos leer todo lo que se editó en 2015, ni siquiera a un libro y medio diario. Supongo que eso incluye cosas a las que llamamos libro porque tienen forma de libro, pero que están más cerca del embobecimiento televisivo que del esfuerzo mental. El periodista celebra, además, la apertura de una nueva librería en nuestra ciudad, en sustitución de otra que se cerró el verano pasado. Se trata de La Casa del libro , a la que llama «el nuevo jardín de las letras». El libro que no cesa en Córdoba. No estamos tan mal, y hay que hacer poco caso de las coplillas ignominiosas. La nuestra sería una ciudad insoportable si tuviera que desarrollarse atenida a este nuevo modelo: «Córdoba, ciudad eterna. / Con cinco mil librerías, / pero una sola taberna». Porque eterno se nos haría el tiempo si únicamente pudiéramos ocuparlo en ir de libros. Vivir es variar. De libro y de vino .

Habrá que ir pensando en La Taberna del libro , una librería con un rinconcito al fondo para una barra pequeña de madera, no muchas estanterías con copas y botellas, y un camarero con conocimientos de psicología del parroquiano y algunas lecturas. Para que el vino sea capaz de estimular el lenguaje, es preciso que antes haya lenguaje. Vino fino andaluz para leer a Fernando Villalón y a Manuel Machado. Tinto de la ribera del Duero conviene a la obra de su hermano Antonio y de Miguel Delibes. Cualquier vino servirá, a condición de que sea bueno, si frecuentamos al poeta persa Omar Khayyam. Y así.

Hay que haber leído lo suficiente, ni poco ni mucho, para que en la hora de nuestra muerte, si Dios nos da salud, seamos capaces de tomar la palabra y embellecer el viaje al más allá. «Mis queridos herederos y sobrevivientes, hoy será un gran día para el recuerdo. Leedme algo optimista, que voy a una fiesta de larga duración». Y por ahí seguido, con voz todavía firme, hasta desembocar en los clásicos, a los que vamos. La resurrección de la carne incluirá, espero, las dos actividades más satisfactorias que ha inventado el espíritu: leer y beber . En la debida proporción.

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