José Javier Amorós - Pasar el rato
Leer
Uno crece cuando aprende, no cuando enseña. Porque enseñar es ayudar al alumno a aprender
Los libros de texto de Bachillerato están muy estropeados, y la Junta de Andalucía no los cambia. También está muy estropeado el Bachillerato. Y la Junta. Y España. Y Europa. Los libros de texto tienen más fácil arreglo. Hojas dobladas, rasgadas, lomos deshilachados,acaso inscripciones toscas, con esa sintaxis sin espíritu de las redes sociales… Libros maltratados, que han sobrevivido a cien botellones y están ya para pocos trotes del alma. Se queja la presidenta de los libreros cordobeses de que no se venden libros, porque «la lectura en los colegios se recomienda muy poco, y porque estamos en un país en el que no se lee». La presidenta sabe de qué habla, y probablemente tiene razón, pero a uno le parece que la lectura no se recomienda, se contagia. Vamos de libros, pues.
El amor por la lectura no se impone, se transmite . A leer bien buenos libros se aprende por contaminación, por seducción, cautivando al alumno, despertando su curiosidad. Ninguna ciencia puede ser enseñada, sólo puede ser aprendida, nos enseñó Ortega. No está bien, o sí está bien, qué sabe uno, que el articulista hable de sí mismo, de su experiencia. Pero, ¿de qué otra cosa podría hablar el articulista y el novelista y el comerciante y el camarero y la mocita sandunguera de discoteca? Todo en mí, desde la hipoteca a la neurosis, es autobiográfico. Y con todo eso se escribe, se pinta, se tiene una conversación o se sirve un aperitivo. Durante la no corta vida universitaria de uno, las primeras palabras de la primera clase de cada curso fueron, invariablemente, éstas: «Yo no enseño, ustedes aprenden». Porque el protagonista de la enseñanza es el alumno, no el profesor iluminado. Porque uno crece cuando aprende, no cuando enseña. Porque enseñar es ayudar al alumno a aprender . Y eso no se logra si el profesor no aprende a su vez, si no aprenden juntos. Si los profesores no aman la lectura, si no leen los padres, ¿cómo pretenden que prenda en muchachos de quince años otra cosa que desinterés por los libros? Y si los estudiantes no aprenden a leer, ¿qué aprenden? ¿El ideal educativo de Berlusconi en Italia, sus famosas tres íes: Inglés, Informática e Impresa? Humanidades, no; sólo conocimientos instrumentales, saberes aplicables de inmediato, que son un elemento de decadencia. Todo para el currículo, nada para el cerebro. La apariencia del saber pesa más que el saber .
Borges, que enseñó Literatura en Oxford, cuenta que a sus alumnos nunca les dio bibliografía ni les impuso un texto determinado; les transmitió su amor por la literatura y les enseñó a leerla. Se ha perdido la costumbre de la lectura en voz alta, en la escuela y en la familia, que tanto estimula el interés por los libros. La palabra tiene sonido, además de sentido. Donde más se nota es en la poesía. Y es el sonido, el ritmo, el que hace que la palabra sea persuasiva . El estudiante se interesará por la lectura si aprende —si descubre— que después de leer un buen libro, su vida y la de los otros ya no son las mismas, le dicen cosas que antes no había conocido; si alguien le hace notar que nuestra cultura es fundamentalmente lingüística, que una sociedad está basada en textos, que vivimos y convivimos con palabras. Que la palabra puede curar al estudiante. Que puede ayudarle a ser lo que André Gide dijo que le hubiera gustado ser: «Yo mismo, pero logrado».