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Las malas personas

Pisotear a los demás, ser antipático y egoísta no te garantiza triunfar en la vida

Juan José Primo Jurado

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Seguro se las ha encontrado y padecido en alguno de sus trabajos. Yo podría citar a dos o tres. Surgen siempre donde haya poder para ejercer y disfrutar. Ahí muerden. Maquinan más que piensan . Si solo te desprecian estás de suerte, preferentemente humillan y anulan. Su tarjeta de presentación es igual en todas partes: son envidiosas, mezquinas, egoístas, tacañas, manipuladoras, mentirosas, hurañas, coléricas y despóticas. Son las malas personas. Antonio Machado las definía con estos versos: «En todas partes he visto / caravanas de tristeza, / soberbios y melancólicos, / borrachos de sombra negra / y pedantones al paño / que miran, callan y piensan / que saben, porque no beben / el vino de las tabernas. / Mala gente que camina / y va apestando la tierra...».

Sobre si las malas personas llegan más lejos en la vida, ABC publicó hace poco un interesante estudio de la Universidad de Berkeley (EE. UU.) que, durante catorce años, había seguido exhaustivamente la evolución de la vida laboral de 457 personas desde la universidad. Y su conclusión es clara. En contra de lo que pudiera pensarse, pisotear a los demás, ser antipático y egoísta no te garantiza triunfar en la vida. Así lo explica: «Aunque las personas más egoístas pueden beneficiarse de su poder de intimidación y de su aproximación agresiva, tienen más difícil establecer amistades y relaciones favorables y eso acaba echando por tierra sus ambiciones. Por otro lado, las personas más extrovertidas tienen más facilidad para avanzar en sus organizaciones, gracias a su sociabilidad, energía y asertividad».

Buena noticia, en principio, para aquellos que tienen como señas de identidad la generosidad, amabilidad, simpatía y la búsqueda del bien común. Sin embargo, el mismo estudio detecta un serio problema: «La mala noticia es que las organizaciones colocan a las personas desagradables y agradables en puestos de responsabilidad con la misma frecuencia. Es decir, ser egoísta o no serlo tiene la misma repercusión a efectos de escalar en la jerarquía . Pero cuando los primeros están en el poder, pueden provocar serios daños en sus instituciones, porque sólo miran por sus propios intereses, crean entornos corruptos y provocan que sus organizaciones fracasen. Además, sirven como un modelo de toxicidad».

Importante aviso para los líderes. Hay que saber seleccionar las personas a las que se les van a entregar cuotas de poder, porque, a la larga, son esos mismo líderes y las propias instituciones, las que saldrán perdiendo si no saben detectar la «antipatía». La antipatía refleja la tendencia de las malas personas a ser conflictivas, frías, despiadadas y egoístas y las lleva a actuar con hostilidad y abuso hacia otras personas, a mentir y manipular en su propio beneficio y a ignorar las preocupaciones o el bienestar de los demás. No es difícil identificarlas pero, por lo visto, no parece tan fácil aparcarlas allí donde no hagan daño. Como útil consejo nos queda la frase de Albert Camus : «La única forma segura de equivocarse en la vida es haciendo daño a los demás».

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