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Corpus Christi

Hoy se celebra la festividad que recuerda la presencia de Jesucristo en la Eucaristía

Custodia de Arfe en el Corpus de 2020 Valerio Merino
Juan José Primo Jurado

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Hoy es la festividad del Corpus Christi : «Un año más un pueblo a Cristo sigue, / siendo Dios mismo el que a la calle sale, / en el cáliz está siempre su sangre, / su cuerpo, en la custodia, siempre vive». Por pueblos y ciudades, se repite la fiesta en la que fe, literatura, arte y pueblo vienen celebrando desde hace siglos. La fiesta que nació en un convento de monjas agustinas de la ciudad de Lieja en el año 1249 y que en 1264 el Papa Urbano IV convirtió en universal, con el fin de proclamar y aumentar la fe de todos los creyentes en la presencia real de Jesucristo en el momento de la Eucaristía, dándole públicamente culto.

Hoy en Córdoba, desde la Mezquita-Catedral saldrá al Patio de los Naranjos la custodia de Arfe , en una estética que pocos como el poeta cordobés Pablo García Baena han sabido reflejar tan bien: «En el vidrio angustioso de los fanales / brilla la rubia abeja ardiente de la llama. / Trémulas campanillas anuncian la custodia / en suave temblor de cristal y de trigo. / Racimos palpitantes entrelazan sus pámpanos / por la plata desnuda de los ángeles. / La cera goteando marchita los bordados / y la piedad vuelca sus bandejas de flores / ante la enhiesta espiga, que guarda entre sus oros, / como un pétalo blanco de virginal harina, el limpio corazón del Sacramento».

Y junto a la estética, el sentido y el significado: el Corpus grita amor y fraternidad, en las calles y en los corazones. Martín Descalzo lo señaló en estos versos: «Nadie estuvo más solo que tus manos / perdidas entre el hierro y la madera; / mas cuando el pan se convirtió en hoguera / nadie estuvo más lleno que tus manos. / Nadie estuvo más muerto que tus manos / cuando, llorando, las besó María; / mas cuando el vino ensangrentado ardía, / nadie estuvo más vivo que tus manos. / Nadie estuvo más ciego que mis ojos, / cuando creí mi corazón perdido / en un ancho desierto sin hermanos. / Nadie estaba más ciego que mis ojos. / Grité, Señor, porque te habías ido. / Y Tú estabas latiendo entre mis manos».

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