Rafael Aguilar - El Norte del Sur
Juan Carlos, de las Teresianas
En su inocencia infantil ha prendido la sensatez de un adulto para sentirse a gusto con su tartamudez
Míralo a sus diez años, plantándole cara al mundo y riéndose con un tierno desprecio de quienes se ríen de él con esa crueldad infantil que tanto daño hace y que perdura a ráfagas en la memoria del adulto que alguna vez fue niño y que sintió la punzada de la incomprensión en el patio de su colegio. Se llama Juan Carlos , es alumno de Las Teresianas y nació con un problema que los especialistas en dicción diagnostican como disfluencia del hablar y que el resto del mundo llama, simplemente, tartamudez. Expresarse oralmente como él lo hace y a su edad suele ser sinónimo de un obstáculo de superación muy difícil y que conduce con frecuencia al aislamiento, a la soledad, a esa sensación de sentirse excluido demasiado pronto del mundo por algo que uno no puede evitar por mucho que se empeñe. Pero este escolar valiente ha dado un paso adelante y ha venido a decir que el problema es de los demás, no suyo; que él es como es no por una decisión propia, sino porque así ha venido a esta vida y que le resbala bastante si el personal ha decidido chotearse de esa manera suya de encadenar las sílabas a trompicones.
«A mí me gusta mi tartamudez , porque es algo único que muchos niños no tienen, pero aún así mis padres me llevan a un logopeda para intentar controlarme un poco y que pueda hablar mejor», ha explicado Juan Carlos, de un tirón porque lo ha hecho por escrito, en una carta a la Fundación Española de la Tartamudez a la que pertenece y que su madre, al colgarla en las redes sociales, ha convertido en viral. Vive en alguna calle de Cañito Bazán y dan ganas de pegarse una vuelta por el barrio y gritar su nombre para ver si sale de casa y hay tiempo para darle un abrazo y felicitarle por su arrojo y su honestidad tan tempranos. Porque las reacciones como la que él ha tenido son más de la madurez de un adulto que de los impulsos primarios de alguien de tan corta edad.
A estas alturas no quedará ya nadie que no haya visto «El discurso del Rey» , de modo que todo el mundo puede hacerse a la idea del calvario de quien antes de pronunciar una palabra ha de contar hasta diez o hasta mil para asegurarse de que va a ser capaz de decir cada una de las letras de las que se compone la frase que quiere expresar en voz alta. El rey Jorge tuvo que acudir a un especialista que con paciencia pero sobre todo con cariño le enseñó el camino para tranquilizarse delante de un micrófono. A Juan Carlos, el héroe de Las Teresianas, le ha bastado con mucho menos: de su inocencia infantil ha prendido la sensatez propia de una persona de experiencias y sin complejos para tomarse como una broma de mal gusto y sin importancia a quienes hacen un chiste de sus palabras. «Porque a mí me sale por un oído y me entra por otro, porque yo estoy muy a gusto en mi colegio», concluye su escrito. A sus diez años.