Pasar el rato

Viaje a la madre

Nunca se conoce suficiente a una madre. Córdoba es una costumbre del alma que nunca conocemos del todo

La plaza de la Corredera, vacía el pasado 15 de agosto Valerio Merino
José Javier Amorós

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Córdoba descansa de los cordobeses en agosto . Lo necesita. Ya los llamará en septiembre, con la fuerte voz de los colegios. La madre más generosa, más abnegada, más amorosa -y Córdoba es todo eso y mucho más- necesita retirarse un ratito sin hijos al rellano, a llorar o a hacerse las uñas. A Córdoba se le han ido los niños de vacacione s, y ella puede salir por primera vez en todo el año al rellano, relajada y sola. Ni un ruido, ni un alma. Tantos aparcamientos libres en Gran Capitán le encogen a Córdoba el corazón, como si los coches hubieran escapado de algún peligro. ¿Qué se hizo la cerveza jubilosa en las terrazas vacías? Los mis hijos más alegres, ¿qué se hicieron? ¿Qué fue del pequeño afán, la amena conversación que trajeron? Sin saber por qué se echa a llorar. Después se duerme, con toda la historia familiar en paz y sin nadie a quien velar el sueño. Agosto enseña que por Córdoba no pasan los siglos . Para ser una madre tan antigua y tan sufrida está todavía muy galana. Uno encuentra a la madre Córdoba más joven y más esbelta que cuando llegó a ella, hace tantos años . Y piensa que algún mérito tendrán en eso sus denostados gobernantes. Y los ciudadanos que los han venido soportando. La madre se queda, los hijos se van. Los hijos se van a la colonia veraniega de Fuengirola, que hace menos de un siglo fundaron patricios cordobeses que se aburrían, para darle prestigio al mar. En agosto, y una vez arregladas las calles, a Córdoba le sucede lo que decía de Dios el profeta Elías en su experiencia del Horeb, el monte Sinaí: que no está en el viento huracanado, ni en el temblor de la tierra, ni en el fuego, sino en un ligero susurro de aire. A las madres se las conoce por sus hijos. Pensemos en la que fue dulce, bulliciosa y acogedora Barcelona , hoy en manos de sus hijos más oscuros, ex presidiarios y barricaderos. En aquel tiempo, Barcelona venía del susurro y la canción -María Elena, está linda la mar-, y ahora languidece esperando el temblor de la tierra y el fuego. Hay hijos que pueden acabar con sus madres . Por sus hijos las compadeceréis. Córdoba ha tenido mejor suerte con los suyos. También les dio otra educación. Por ejemplo: a ningún cordobés se le ocurre que su alegría pueda importunar a los demás. Sabe que los demás cordobeses ejercitan también diariamente la cortesía y la alegría, que son actos superiores de la voluntad, no humores. Por eso confía Córdoba en que sus hijos vuelven siempre. Porque lejos de ella se aburren y se entristecen.

Córdoba es un placer de disfrute lento, gozarla lleva su tiempo. Únicamente se entrega a quien pone refinamiento en la mirada. Los ojos urgentes de turista la descorazonan. Quiere que nosotros la conozcamos en las pequeñas cosas, en los detalles , que es como se conoce a las madres, en lo de siempre visto con ojos nuevos. Con ojos de hijo pequeño. Viaje a la madre. Nunca se conoce suficientemente a una madre. Córdoba es una costumbre del alma que nunca terminaremos de conocer. Afortunadamente.

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