Pasar el rato

El tío del tambor

Máximo, mi amigo destechado, tenía tarjetas de visita, como la gente principal. Seguramente ahora esté con ‘El gorrión’ de Cabra

Atención a personas sin hogar en Córdoba Álvaro Carmona
José Javier Amorós

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No lo veo desde hace años. No sé qué ha sido de él, aunque, dadas sus circunstancias, supongo que ya se habrá ido «volando a la región donde nada se olvida». Tuvimos trato. Estos días vuelve su recuerdo, después de leer lo que escribe Rafael Aguilar sobre la gente que vive en Córdoba entre cartones , y su obituario de ‘ El gorrión’ , de Cabra. Al que dedica también un sentido artículo el gran José Calvo Poyato . Mi amigo destechado se llamaba Máximo. Tenía tarjetas de visita, como la gente principal. ‘ Máximo. El tío del tambor ’. Conservo una en la misma cajita donde se mustian otras más pretenciosas y menos expresivas.

En aquel tiempo se le podía ver en Navidad por la calle Cruz Conde, con su viejo uniforme de legionario y un tambor, acompañando la cabalgata de los Reyes Magos. Máximo renqueaba -creo que de la derecha, un caballero nunca pregunta por qué-, pero eso no disminuía su marcialidad. Parecía una figura actualizada del Belén. Tocaba con más entusiasmo que armonía , y el traje militar le daba un aspecto oficial, como si el redoble de tambor viniera del Ayuntamiento.

Era una fuente literaria de contradicciones aquel hombre lleno de pasado. Pienso que guardaba lo mejor de su infancia dentro del tambor, para sacarla a desfilar de uniforme en cada Navidad. Entonces no había en Córdoba niño más niño que él. Esas cosas se tienen en cuanta en la vida eterna, donde no hace falta ser creyente para entrar. Basta con aniñarse. Cómo iba Dios a ponerle objeciones a un hombre que tanta compañía dio a los Reyes Magos . Además, que el sufrimiento purifica, incluso sin saberlo uno.

Como Máximo era un hombre de mundo, había conseguido averiguar en qué ocupación profesional pasaba yo el rato. Y cuando nos veíamos, me preguntaba invariablemente: Profesor , ¿aprenden mucho tus alumnos? Era una pregunta estremecedora, Máximo podía tener muy mala leche. Todavía no he sabido contestarla.

El pequeño legionario buscaba con frecuencia el consuelo de la botella . Que es un consuelo sin esperanza, para pobres y para ricos. Vivía ligero de equipaje, con todo lo suyo en un saquito, que mantenía cerca. Me recordaba a Chamfort: «Todo lo mío conmigo lo llevo». Tenía una hermana en Baena, y sobrinos, a cuya hospitalidad se acogía cuando lograba poner un poco de orden en su corazón de tambor guerrero.

Porque a su hermana, me confesó, se le ponía cara de desahucio si él llegaba al pueblo poseído por ‘el don de la ebriedad’. Cuando su cuenta corriente estaba saneada, dormía en una pensión de la plaza de la Corredera . Con sábanas limpias, insistía. Cuando no, frecuentaba la habitación de un cajero automático en Ronda de los Tejares, como una tarjeta de crédito abandonada por falta de aceptación. Sé que volveremos a vernos. Para entonces tendré preparada una respuesta a su pregunta fundamental. Aunque a él le va a dar lo mismo. Dentro de cien años, todos los cordobeses seremos iguales que Máximo, de Baena, el tío del tambor, y que ‘El gorrión’ de Cabra. El articulista, mucho antes.

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