Pasar el rato
La soledad del botellón
La bebida, como la lectura, hay que administrarla en las dosis adecuadas y con productos de calidad reconocida

Anteayer, domingo, ese gran entrevistador que es Aristóteles Moreno le tiraba de la lengua trinitaria al padre Lázaro Castro . El periodista Moreno domina el arte de oscurecerse él para que brillen sus personajes. Por eso tienen tanta calidad sus entrevistas . Uno conoce y ha tratado al padre Lázaro , un hombre especializado en la compasión, y le ha visto vivir embarrándose hasta los codos por los ásperos caminos del sufrimiento ajeno.
Una opinión suya me facilita el artículo de esta semana: «Lo del botellón aún no ha dado la cara». Lo que significa, aproximadamente, que por las frágiles costuras del alcohol tumultuoso puede acabar reventando la juventud. Hoy vamos de botellón. La ley educativa de la ministra neandertalense Celaá debería contemplar la conveniencia de que en los colegios se enseñe a beber, que es una parte del aprendizaje de la sabiduría. Ya que con esa ley los estudiantes no saldrán al mundo con la costumbre de leer, que adquieran, al menos, el control de la bebida, para no hacer más amargo su destino de votantes de Pedro Sánchez . La vinolencia botellonera carece de nivel, y envejece el hígado y el cerebro mucho antes de su tiempo natural. Nuestros jóvenes desconcertados creen que la bebida amotinada acompaña y la lectura solitaria aísla. Cuando es al contrario. Al contrario, señora ministra de la ignorancia nacional, brillantemente representada por usted. En cuanto el virus que viene de China ha dado una tregua, gracias a las vacunas, nuestros muchachos han vuelto a sumergirse ciegamente en la mar oscura del botellón. El fin de semana pasado, la policía local puso en Córdoba 63 denuncias por botellón.
El botellón es la cima de la soledad. La soledad de soledades acompañadas. Se juntan cien almas vacías de sí y hacen botellón, ese fracaso de la inteligencia creativa. Bolsas de plástico, vasos de plástico, conversaciones de plástico. Beber para aturdirse, no para celebrarse. A estos profesionales del alcohol de quemar les sucede lo que decía Baudelaire de Edgar Allan Poe , otro alcohólico genial, que no bebía con glotonería, sino con barbarie, como si estuviera cumpliendo un destino homicida. Aunque no hay que confundirse y creer que el genio literario viene de la ginebra de garrafón. La bebida, como la lectura, hay que administrarla en las dosis adecuadas y con productos de calidad reconocida. No hay que beber ni leer cualquier cosa ni de cualquier manera.
Trasegar una botella no es lo mismo que conversar una botella . Del mismo modo que leer mucho y mal no equivale a ser culto. A los niños no hay que educarlos para que lean mucho, sino para que lean muchas veces lo mejor y piensen sobre lo que leen. Se lee para aprender a pensar. Y se bebe para aprender a convivir. Todo lo que importa hay que hacerlo con sosiego y alegría: leer, beber, escribir , conversar con los niños y con los perros, prolongar el amor que nos tuvimos en el amor que nos tenemos. Un bebedor apresurado o lúgubre es un mal bebedor y no merece compañía. A mis soledades voy, / de mis botellones vengo, / porque para soportarme, / necesito aturdimiento.
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