Pasar el rato

El obispo de Córdoba

Monseñor Demetrio Fernández es un orador de raza que aporta nivel a su cargo y lo prestigia

El obispo, en la Misa de Navidad Valerio Merino
José Javier Amorós

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Aunque uno no fuera católico, que por el momento no es el caso , también reconocería abiertamente la elevada capacidad retórica del obispo de Córdoba, don Demetrio Fernández , su extraordinario dominio de la palabra. Del mismo modo que si uno fuera socialista, que por el momento no es el caso, se vería obligado a admitir el bajo nivel intelectual de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno es un ejemplo de uso del poder como prótesis de la inteligencia. El obispo de Córdoba, en cambio, aporta nivel al cargo, lo prestigia. O eso le parece a uno, que tanto valor da a la palabra. Dios es la Palabra, y la palabra nos acerca y nos aleja de Él. Hay más cosas, claro: la fe, la gracia, la entrega. Pero nos enteramos de ellas por la palabra. Llevo toda mi vida a las puertas de la Oratoria , buscando un rinconcito soleado en ese arte. Mientras espero que me abran, siento aumentar una antigua querencia por los acentos, por los ritmos, por la música que hay en las palabras. Desde la puerta afirmo que don Demetrio Fernández es un orador de raza. Tiene voz, oído y sentimiento, que en esta tierra se valoran más, porque son tres cualidades que se exigían antes a los que cantaban. Escribir un artículo laudatorio de un obispo en esta hora comatosa de la historia de España, escandaliza a la plebeyez que sestea a la sombra del Gobierno de coalición. San dinero ajeno es su patrón. Pero cuando un obispo maneja la palabra con la destreza de don Demetrio Fernández, me parece de justicia decirlo. Y lo digo, porque estoy despierto y con mi dinero pago. Porque es infrecuente, y no sólo entre los obispos. No creo que haya en este momento en la vida pública española muchos personajes que se expresen con la fluidez, la soltura y el encanto del obispo de Córdoba.

La oratoria sagrada , que tanto vigor tuvo en el pasado, es hoy una reliquia cultural, sustituida por el aburrimiento sagrado. Algunos clérigos explican desde el atril la palabra de Dios como si se les estuvieran acabando las pilas: sin fuerza, sin gracia, sin convencimiento. Una sagrada faena de aliño, que va matando la afición. Los no creyentes pueden opinar lo que quieran de la palabra de Dios, pero ningún ateo que haya cursado el bachillerato antiguo le negará belleza y calidad literaria. Con un contenido tan elevado, el profesional de la oratoria sagrada no puede expresarse con la vulgaridad de un dirigente de Podemos.

El obispo de Córdoba tiene una dicción perfecta , que es el fundamento de su expresividad. Buena voz, bien usada. Llega, atrae, no cansa. Le da a cada palabra su valor. Pronuncia las críticas más severas con una firmeza sosegada. No necesita levantar la voz, le basta con levantar su inteligencia hasta el cielo. Crea belleza con el lenguaje. Así, sobre el Dios familiar: «Dios no es un ser solitario, Dios es familia. No existe desentendido de nosotros». Sobre la eutanasia: «Si hay demanda de muerte es porque hay carencia de amor». Con su eficaz magisterio, el obispo de Córdoba se encarga de responder brillantemente a la queja del gran Miguel Hernández : «Y Dios dirá, que está siempre callado». Siempre no.

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