Pasar el rato

Muerte de un ciclista

Mi corazón lleva su poquito de luto por el atropellado estúpidamente en el paseo marítimo de Fuengirola

Estado en que quedaron los vehículos tras el accidente J. J. M.
José Javier Amorós

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La estupidez de un joven francés de veinte años ha acabado en Fuengirola con la vida de un joven cordobés de cuarenta . Córdoba y Fuengirola unidas en agosto por la muerte . Qué contradiós, con tanta vida como Córdoba aporta a Fuengirola en agosto. Caía la tarde sobre la playa cordobesa de Fuengirola , mientras sobre el infortunado cordobés caía la guadaña de la dama que nunca pide cita. Y le vino la muerte, no tan callando. Un mercedes rugiente contra una apacible bicicleta. Es desproporcionado. -Discúlpeme, señor, porque ésta no era su hora. Es usted demasiado joven para mí. Yo, la muerte, nunca tomo la iniciativa . Cuando llego con tanta anticipación no es por voluntad mía, sino porque algo o alguien me provoca. Únicamente voy donde me llaman. Puede convocarme el desgaste de los años, la enfermedad, el infortunio, y la maldad o la estupidez humanas, que se parecen tanto. En su caso, mi infortunado señor, la iniciativa la ha tomado aquel individuo con poca potencia en el cerebro y demasiada en el motor del coche. A él se limitarán a expulsarlo de España, probablemente , pero a usted lo han expulsado ya, ay dolor, de esa versión calurosa del Paraíso que es su Córdoba originaria. Ea, señor, ignoro si es usted creyente, y no me parece relevante en su caso, pero considero que Dios le debe una satisfacción. Sé por experiencia que se sentirá usted a gusto con Él, por dolorosos que hayan sido los trámites de llegada.

Muerte de un ciclista. Como en la película de Bardem , la víctima de la tragedia es quien menos papel tiene en el relato de la tragedia. Queda reducida a una abstracción. No tiene nombre, no sabemos nada de su vida y apenas media línea de su muerte. Murió en accidente, eso es todo. No tiene ojos, no tiene rostro, no tiene voz. No sabemos si creía, si esperaba, si amaba. Sólo la muerte, ahora llena de extrañeza y gritos de su mismo desenlace. Quien se sale de sí administrándose la sustancia que sea, y atraviesa a toda velocidad la numerosa Fuengirola agarrando el volante como un arma , es un estúpido. Un estúpido que se aburre, mal alumbrado por las limitadas luces de su inteligencia. Pero es también un miserable, un frívolo buscador de daño, que lleva a sus más tristes consecuencias la intuición de Hannah Arendt: «La banalidad del mal». La estupidez desemboca casi inevitablemente en el mal , y no sería elegante traer a esta oración fúnebre ejemplos de la política. El mal irreflexivo no tiene conciencia de sí ni de sus consecuencias. El imprudente homicida a su pesar no puede saber cuántas cosas mueren con un hombre. Con el joven ciclista cordobés de Bujalance, por ejemplo. Si fuera capaz de imaginarlo, no habría en su vida días suficientes para tanta noche. Pudo haberse evitado . Esas tres palabras como toques de difuntos golpearán de por vida la cabeza, por el momento hueca, del joven francés. Tan, tan, tan. Mi corazón lleva su poquito de luto por el joven cordobés a quien no conocía, atropellado estúpidamente en Fuengirola mientras iba con su bicicleta a sus asuntos. Aunque sólo sea porque su muerte pudo haberse evitado.

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