Pasar el rato
Hijos adoptivos
La adopción es un acto de amor, no un trámite administrativo; y el amor iguala la familia adoptiva con la biológica

La humanidad encoge, aunque sigue habiendo mucha gente en las playas y en los supermercados. Nacen menos niños y mueren más viejos . La legislación vigente da facilidades: obstaculiza la entrada en la vida y acelera la salida. La muerte ajena ejerce un efecto hipnótico sobre los políticos menos capaces. Uno superó fácilmente hace muchos años el primer obstáculo para llegar a este mundo, y no pone voluntad actual en dimitir de su vejez. ¿La vejez? Llevo toda mi larga vida siendo joven , y sé muy bien en qué consiste la vejez: en haber perdido la esperanza. Por eso pienso que hay que llamar a la muerte por su nombre . La hermana política eutanasia no es más que una imposición de los que han perdido la paciencia con los que han perdido la esperanza. Cuando se reflexiona sobre la vejez, se descubre que es un camino de vuelta a la infancia. Si sabe aniñarse, el viejo ateo entrará en el reino de los cielos. Porque el cielo, lo mismo que la infancia, no es doctrina , sino corazón. Ya están aquí los niños, para alegrar el artículo de hoy. Leo en este periódico un gozoso reportaje de ese gran periodista cordobés que es Luis Miranda, sobre la adopción de niños en Córdoba . Cada año son más las familias cordobesas que quieren ampliar las posibilidades de su alma prohijando a un niño desconocido. Hasta que lo sientan también en la carne y en la sangre, como una consecuencia de los hábitos del corazón. La adopción es un acto de amor, no un trámite administrativo . Y el amor iguala a la familia adoptiva con la biológica. Aún más: la adoptante se convierte en la familia verdadera cuando la originaria deserta del amor al niño. Una concepción estrictamente biologista de la familia tiene a la adoptiva por un sucedáneo de la natural, una forma imitativa del original, una familia de compensación o de segundo nivel. Eso provoca mucha angustia y conduce a penosas equivocaciones. Se da por supuesto que en la familia de origen no hay que demostrar nada , todo es axiomático, la identidad y el cariño vienen dados por definición, tienen la garantía y la seguridad de la sangre. En la familia adoptiva, en cambio, la primera inseguridad es la de los padres, siempre pendientes de demostrar una legitimidad que a ellos mismos les resulta artificial, como si ellos fueran una prótesis de la naturaleza familiar. Pero una familia adoptiva no es necesariamente menos familia o de inferior calidad que la biológica , porque lo que constituye a la familia es el amor y no la carne. Reducir la paternidad a un dato de consanguinidad biológica es arrinconar la condición humana en su dimensión más veterinaria. Un hijo es algo más que el resultado del acoplamiento sexual. La clave de la familia no está en el origen, sino en el desarrollo. Y ahí es donde los padres, ya sin la etiqueta devaluada de adoptivos, desempeñan el papel decisivo de todos los padres en la vida del hijo, en la constitución del ser del hijo, que es un ser familiar. Engendrado el hijo por un acto de amor, con todas las excepciones que se quiera, adoptado el hijo por un acto de amor, sin ninguna excepción. Como el sol y las otras estrellas, la familia es movida únicamente por el amor.
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