Pasar el rato

Córdoba sola

La sangría de habitantes hace que cuando el ángel exterminador llegue a la ciudad se encontrará con todo el trabajo hecho

Un hombre mayor, con mascarilla y bastón en un banco de Las Tendillas VALERIO MERINO
José Javier Amorós

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Así que pasen quince años, Córdoba tendrá 45.000 habitantes menos. Anticipadamente me despido, por si fuera el caso. Leo la noticia en una crónica del excelente periodista de ABC , Rafael A. Aguilar, que comenta un informe del Instituto Nacional de Estadística . Un informe fúnebre. Muy apropiado para estos tiempos de convivencia con la muerte, eficazmente representada por el Gobierno de España . Córdoba encoge. No nos damos cuenta porque todavía somos muchos en las calles, enmascarillados y anónimos, como fantasmas con prisa. Pero irán desapareciendo silenciosamente unos, y dejarán de llegar ruidosamente otros. Nacerán menos niños y morirán más viejos, ese es el mensaje de la estadística para el porvenir. En Córdoba , la gente joven se reproduce poco, aun conociendo que los trámites son muy satisfactorios. En Córdoba , la gente mayor se muere mucho, incluso admitiendo que aquí no se está tan mal. Qué más quisieran los de derechas que poder quedarse, aunque fuera al precio de soportar a Sánchez y a Iglesias quince años más. Cuántos niños y cuántos viejos se va a perder Córdoba .

Las dos mejores edades del hombre, cuando se llega y cuando se vuelve a la inocencia. La edad de la inocencia empieza a los tres o cuatro años, y dura poco. Antes hay inconsciencia, que se parece, pero no es lo mismo. A partir de los ochenta se recupera la inocencia perdida, si se ha tenido la precaución de llorar lo suficiente por todo lo que pudimos ser. La adolescencia no es más que un breve amontonamiento de granos y mal humor. Y la juventud es un timo de la poesía de sobremesa, cuyo tesoro contiene ansiedad de la inteligencia y fracasos del corazón. Su fruto mejor es el deseo de salir de ella cuanto antes. Para poder celebrarla con la inspiración que proporciona un salario fijo. Quizá venga gente de lejanas tierras a ocupar los huecos que dejen los de aquí. Tampoco mucha, porque es sabido que Córdoba ofrece más alma que cuerpo. Los triunfos de la economía no suelen cantarse en Córdoba por falta de costumbre. Y porque todos los poetas se han ido a buscar trabajo a otra parte.

Las cosas necesitan una determinada temperatura para existir, y ese calor se lo damos nosotros. No hay Córdoba sin cordobeses. La Mezquita queda reducida a una superposición de piedras sin gracia, y el río que ya no lleva a nadie se ha secado por falta de ojos que lo miren pasar bajo los puentes. Si el informe sobre despoblación contiene una profecía, el fin del mundo llegará a una Córdoba deshabitada. El fin del mundo va a llevarse con nosotros una gran decepción. Tanto esperar para acabar en tan poco. Cuando el ángel exterminador llegue a Córdoba, se encontrará todo el trabajo hecho. Podría sentirse ridículo.

El viento del último día arrastra por Gran Capitán una hoja de papel, antigua y alegre. Lleva dibujada una estrella de Belén, la eterna memoria de la Luz, con esta leyenda: «Te quiero, abuela. Pablete ». La música es del propio autor, que entonces tenía tres años, pero la letra la puso su secretaría particular, mientras el maestro trabajaba en lo fundamental, sumergir en la bañera un ordenador portátil para averiguar si flota. En el centro de la estrella, la hoja conserva una mancha de humedad. Es el último rastro de Córdoba en la historia del mundo: la lágrima de una abuela sobre la gran costumbre del amor.

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