Pasar el rato

Córdoba sin bares

Es injusto que tengan que cerrar tantos restaurantes y tabernas cuando sobran tantos ministerios

Vino y tapas en una taberna de Córdoba Valerio Merino
José Javier Amorós

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Se canta lo que se bebe. Y que nos quiten lo cantado. Si el virus que viene de China logra que cierren todos los bares, a la bella Córdoba se le pondrá cara de hurañía, y acabaremos mirándonos con desconfianza y asco por las calles. Sin bares estaríamos mucho peor que sin Gobierno. Es injusto que tengan que cerrar tantos bares, cuando sobran tantos ministerios.

La sabiduría de beber forma parte de la sabiduría de vivir. Y Córdoba es sabia de las dos sabidurías. En Córdoba sabemos bien que la bebida es un arte coral: la bebida, en compañía. Beber a solas carece de virtudes curativas, y limita la bebida a sus efectos secundarios. De la bebida en soledad queda únicamente la soledad. Beber mientras se lee es beber en buena compañía. A condición de que no se lea cualquier cosa, como un discurso de Pedro Sánchez . Entre la literatura y la bebida ha habido siempre una calurosa complicidad, sin que eso signifique que todos los bebedores escriban bien. Manuel Machado y Rubén Darío , sí, muy bien.

A beber, como a leer, hay que aprender. La bebida es un placer lento y sosegado. A una copa hay que darle tiempo para que caliente la personalidad. Beber amorosamente, tomando conciencia en cada sorbo de que la bebida va llenando de luz «los delgados caminos de la sangre». Las copas urgentes, trasegadas, son las peores, y de ellas se pedirá cuenta en la sección de bebedores del Juicio Final.

Nunca he conocido a nadie que bebiera más lentamente que mi querido y admirado Manuel Alcántara , uno de los más grandes columnistas que ha habido en España. Para mí, el mejor de todos, junto con César González-Ruano , el divino César, y Francisco Umbral . Un gin-tonic le duraba más que muchos matrimonios modernos. El suyo con Paula se mantuvo firme también durante toda la muerte de ella. Eso les habrá permitido reencontrarse confiadamente en la eternidad. El gran maestro del género corto tuvo trato carnal reiterado con la ginebra. Se llamaba a sí mismo «lobo de bar» , y nadie tenía que enseñarle nada sobre el arte de beber. Ni de escribir. La ginebra lenta y la inteligencia rápida, fulgurante, lo mantuvieron despierto durante casi 90 años, escribiendo como los ángeles hasta el penúltimo día. Bebía tan bien como escribía . Estoy seguro de que, al morir, dejó el hígado como nuevo.

Uno ha conocido a no pocos de los mejores en esto de escribir, aunque se le haya pegado apenas su grandeza, y no por falta de voluntad. Por eso he llegado a la conclusión de que, para los que pertenecemos al común, un hígado cantarín y un estómago de amianto, resistente al fuego, pueden sustituir con ventaja a un buen cerebro. Un hígado amistoso conduce a la alegría, ayuda a vivir y a beber jubilosamente. Los intelectuales, que trato poco, suelen parecerme gente distante y envarada, que hace mal la digestión y compone silogismos de reflujo gastroesofágico. Muchos desprecian las tabernas, sólo porque a ellos les sienta mal el vino. Salud para beber, amigo. Salud para vivir . Y salud para morirse, pudiendo decir con orgullo: Ahí queda eso.

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