EL TEMPLO DE CÓRDOBA
José Calvo Poyato: «Los cordobeses, laicos y eclesiásticos, estaban orgullosos de su catedral»
El historiador repasa en el foro de ABC un duro enfrentamiento entre la Iglesia y el poder político en el año 1512
Suele decirse que la Historia tiende a repetirse : ejemplos de ello son las crisis y las guerras, el auge de las políticas identitarias o las riñas entre el poder público y el eclesiástico. Sin embargo, y aunque puedan darse situaciones comparables, el contexto en el que las cosas suceden nunca es el mismo. Por mucho que las tiranteces entre la Iglesia y el poder político existiera ya en el siglo XVI y se haya mantenido hasta la actualidad, «ni el Cabildo de hoy es el del año mil quinientos ni el Ayuntamiento actual puede asimilarse al Concejo Municipal de entonces». Sobre esas rencillas municipales y eclesiásticas departió el historiador y escritor José Calvo Poyato, protagonista de la conferencia « Cabildo versus Cabildo. La construcción del crucero », en el Real Círculo de la Amistad en el marco del ciclo «El Templo de Córdoba», organizado por ABC Córdoba en colaboración con el Cabildo Catedral y el propio Círculo .
Desde el primer momento, Calvo Poyato dejó claro en su conferencia que la disputa en cuestión está lejos de parecerse a las polémicas actuales. «No quieran ver donde no hay», advirtió. La historia que narró a los asistentes al acto tiene por elemento central de discordia la construcción del crucero de la Catedral. La obra fue ordenada por el obispo Alonso Manrique , que «no entendía cómo la Capilla Mayor, la del Sagrario, corazón del culto cristiano, no estaba en un lugar preeminente» del templo sino en un rincón «apartado y oscuro» de la antigua Mezquita. Aunque desde el año 1236, el templo había vivido un proceso de cristianización -que alcanzó a sus aspectos litúrgicos o rituales, pero también a sus elementos físicos- la estructura del templo había permanecido prácticamente inalterada. Hasta que el obispo Manrique quiso que la Catedral , además de serlo, lo pareciera.
Manrique y Ponce de León
Cuenta Calvo Poyato que la Catedral de Córdoba, antigua mezquita aljama, era ya entonces un símbolo para la ciudad y sus vecinos. En 1512, con Alonso Manrique ocupando la silla episcopal cordobesa y con Pedro Ponce de León -sevillano que vivió las obras que arrasaron la antigua mezquita hispalense para constuir en su lugar un gigantesco templo cristiano- como provisor de la catedral de Córdoba, el obispo tomó la determinación de hacer las obras que fueran necesarias para darle la apariencia de lo que, a su parecer, debía ser un templo cristiano , vinculado a las formas góticas imperantes en la época. Según Calvo Poyato, «no entendieron que los cordobeses, tanto los eclesiásticos como los laicos , incluidos los canónigos de su cabildo catedralicio, se sentían orgullosos de su catedral».
Esa decisión marca el inicio de un tortuoso proceso que enfrentó primero al cabildo con su obispo y después al obispo y al cabildo con el Concejo Municipal de la ciudad. El cabildo de la época acataba las determinaciones del obispo sin ocultar su discrepancia, y de ello dan fe, según expuso Calvo Poyato, las actas capitulares que recogen los avances de una obra «que no debiera hacerse» . El Concejo Municipal, cuyo corregidor era Luis de la Cerda , no tardó en entrar al trapo manifestando su oposición. Aunque la argumentaba en la importancia de mantener la estructura del edificio, lo cierto es que esta justificación ocultaba además un interés personal: la obra amenazaba con afectar a las sepulturas de sus familiares, enterrados en la catedral.
«El Concejo defendía la importancia de mantener un edificio único, pero su planteamiento en realidad escondía intereses»
Las posturas contrarias que esgrimían sobre la pertinencia de modificar de forma importante el templo pudieron verse agravadas, sostiene el historiador, por las rencillas que mantenían entre sí las instituciones y que recuerdan a las que hoy en día aún empañan las relaciones entre el Ayuntamiento de Córdoba y el Cabildo a cuenta de la Mezquita-Catedral . La dureza de las reacciones que desató el asunto «pueden revelar la existencia de un posible mal de fondo entre ambas instituciones», afirma. Hacia esta tesis apunta también lo que sucedió inmediatamente después de que el poder municipal adoptara su postura, puesto que supuso un cambio de criterio por parte del cabildo. Quienes hasta ese momento se habían opuesto al majestuoso crucero « cerraron filas » con el obispo y el provisor.
Pena de muerte y excomunión
La Iglesia, unida, rechazó los planteamientos municipales y el contraataque del Concejo fue a todas luces desmesurado porque cargó contra quienes menos culpa tenían de aquello: en un bando dirigido a los cordobeses, anunció « pena de muerte » e « incautación de bienes » para los albañiles, canteros, carpinteros o peones que trabajaran en la obra. Era un intento de paralizar la modificación del crucero hasta que el rey Carlos I, al que habían solicitado su intervención y del que esperaban obtener apoyo, se pronunciara al respecto. La respuesta del cabildo fue proporcional a la afrenta que proponía el corregidor: amenazó con excomulgar a quienes intentaran detener la obra, y en aquellos tiempos, explicó Calvo Poyato, la excomunión tenía consecuencias muy serias.
En cualquier caso, las obras no se detuvieron. El historiador narró cómo las dos administraciones enfrentadas emplearon las armas a su alcance con el fin de perseguir sus objetivos, pero el propio monarca intervino poniendo orden. No hubo, que se sepa, ejecuciones de albañiles, canteros ni carpinteros y las obras se ejecutaron según lo previsto. «La Audiencia Real impuso al vicario de la diócesis que levantase la excomunión y todo apunta a que se ordenó al Concejo Municipal no inmiscuirse en el asunto de las obras », expuso Calvo Poyato.