Desde Simblia

Callejero (II)

Ha pasado de ser la forma de poder determinar una calle a ser un arma ideológica

Avenida del conde de Vallellano Valerio Merino
José Calvo Poyato

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CON la construcción del Estado liberal decimonónico y con los ayuntamientos constitucionales se bautizaron las calles con nombres de los conocidos como espadones. Aparecieron en muchos lugares dedicadas a Narváez, O’Donnell, Prim, Serrano… También a políticos como Bravo Murillo, Cánovas del Castillo, Sagasta, Canalejas, Maura o Dato. A ello se sumaban nombres de políticos locales de relieve y, como na había calles suficientes, desaparecieron muchos de los nombres populares.

En Cabra la calle de los Álamos, pasó a ser Martín Belda , En Priego se bautizó con el nombre de Niceto Alcalá Zamora una de sus principales vías y en Córdoba se dedicaba una calle al que fuera presidente del Consejo de Ministros José Sánchez Guerra . En Lucena se dedicaba una a Canalejas que ha conservado el nombre hasta nuestros días. El problema era que Prim , por ejemplo, era agasajado por los progresistas, pero concitaba rechazo entre los conservadores. Lo contrario de lo que le ocurría a Narváez . Así comenzó un baile de rotulaciones.

Pero con frecuencia le denominación popular continuaba siendo la utilizada y los nuevos nombres no acababan de cuajar. Durante la Segunda República se dedicaron calles a políticos del momento: Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Largo Caballero, Martínez Barrios … Nombres que desaparecieron del callejero con el final de la Guerra Civil al ser sustituidos por una nomenclatura ligada al bando vencedor: Avenidas y plazas del Generalísimo Franco, a José Antonio Primo de Rivera, a los Alféreces Provisionales, a Italia, a Alemania y a toda una pléyade de militares franquistas: Varela, Moscardó, Queipo de Llano … La llegada de la Transición hizo que desaparecieran algunos de esos nombres y se dedicaron calles a escritores y artistas como Antonio Machado, Federico García Lorca o Picasso . También a algunos políticos denostados durante la dictadura.

Con la aprobación de la llamada Ley de Memoria Histórica se han impuesto criterios estrictos de rechazo a la dictadura, que han llevado a situaciones de esperpento dignas de Valle-Inclán , como quitar el nombre a Gravina, a Churruca o a Cervera . En Córdoba el asunto del callejero ha llegado en algún caso a los juzgados porque el celo en aplicar la ley fue mucho más allá de lo debido. Se buscó borrar la plaza dedicada a Cañero, quien había cedido los terrenos para las viviendas de la popular barriada, eliminar el nombre de un alcalde como Cruz-Conde o quitárselo al conde de Vallellano que dotó a Córdoba de las infraestructuras que permitieron que el agua llegase a muchos hogares. El callejero ha pasado, con el transcurso del tiempo, de ser la forma de poder determinar la ubicación de una calle o una plaza a ser esgrimido como arma de planteamientos ideológicos. Una verdadera pena.

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