PASAR EL RATO
Joaquín Gisbert Navarro
Tuvo la idea del barrio de Parque Figueroa y de los colegios mayores universitariso de las cajas de ahorros, entre otras
No le va a gustar que le dedique este artículo. Pero si lo aplazo mucho más, o yo no podré escribirlo o él no podrá leerlo. No sabemos si en la vida eterna habrá recado de escribir, y es mejor llegar escrito. Las «cantigas de amigo», como el vino oloroso, tienen su momento. Éste es un artículo a título de deuda. Las deudas de gratitud son imposibles de pagar, se ponga uno como se ponga. Pero uno se pone. Con el pretexto de un reportaje que publicó este periódico la semana pasada, en el que se hace a mi amigo un poco de justicia, medio siglo después. Es un gran trabajo de pequeña historia local, con acompañamiento de corazón. Lo firma Rafael Ángel Aguilar. Este periodista, a quien no conozco personalmente, se está convirtiendo en uno de mis clásicos, a quienes tampoco conozco personalmente. El caso es aprender. Cincuenta años ha, le nació a Córdoba un barrio singular, el Parque Figueroa . Se trataba de la primera «urbanización total, una de las operaciones urbanísticas más sagaces que se han desarrollado en Córdoba». Gerardo Olivares , el renombrado arquitecto cordobés, coautor del proyecto, tiene la nobleza de reconocer el mérito de Joaquín Gisbert en aquella obra: «Si va a escribir de la historia del Parque Figueroa no puede olvidarse de citar a una institución y a una persona. A la Caja Provincial de Ahorros de la Diputación , que fue quien promovió el proyecto, y a su director en ese tiempo, Joaquín Gisbert Navarro . Él fue quien tuvo la idea del nuevo barrio». Tuvo más ideas. Tuvo tantas ideas que no le importó que otros se apropiaran de ellas. Coja las que quiera, buen hombre, a mí me sobran. A su iniciativa y a su tenacidad se debe uno de los proyectos universitarios más brillantes de la España de hace cuarenta años: los que nacieron como Colegios Mayores Universitarios de las Cajas de Ahorros de Córdoba . Hay más cosas. Pero también hay más gente para contarlas. Supongo.
Desde que se convirtió en un particular, vive como si nada hubiera de quedar de cuanto hizo. Pero lo hizo. Y ha quedado. Mucha gente lo sabe. Poca gente lo dice. A él, qué más le da. Un hombre con una personalidad tan sólida no echa de menos el reconocimiento ajeno. Tiene la fortuna de haberse conocido. Puede decir, como Chamfort: «todo lo mío conmigo lo llevo». Dedicó su inteligencia y su trabajo a que Córdoba fuera una ciudad mejor y a que mucha gente en Córdoba viviera mejor. Nunca le he conocido un mal modo, nunca le he oído quejarse, nunca he conseguido que hablara mal de nadie, mal, con palabras resentidas y vulgares. Un carácter así es una tragedia para la buena literatura con malos sentimientos. No necesito preguntarle cómo ha llegado a los noventa años, risueño y exquisitamente cortés. Conozco la respuesta: «soportando agravios y haciendo favores».
El destino, que no da explicaciones, lo llevó tempranamente hasta Concha Barbudo , a quien tanto me gusta escuchar cuando habla de Córdoba, amena y sentimental. Y ahí siguen los dos, en su amorosa juventud sin desgastar. Hace tiempo, decidí ponerle a mi amigo una calle con buena sombra en mi memoria histórica. Qué menos, si se trata de un nombre tan principal de la Córdoba moderna. Por si ayuda a que el Ayuntamiento se forme opinión, le regalo gustosamente el rótulo: calle de Joaquín Gisbert Navarro. A mí no me hace falta. Puedo llegar hasta ella con los ojos cerrados.