Crónicas de Pegoland
El jartible
Es inasequible al desaliento. No hay tema del que no sepa ni procesión que no llegue a ver
'Comprensión lectora', por Aristóteles Moreno
Esta es la semana fantástica del jartible, especie humana que lleva treinta días y sus respectivas noches consultando todas las aplicaciones meteorológicas disponibles, todas, a ver qué tiempo hará hoy desde las cinco de la tarde a las dos de la madrugada, aproximadamente. Se conoce al jartible en estos días porque te mira y no te ve, te oye y no te escucha. El jartible sólo tiene oídos en estos días para José Antonio Luque (saludos, compañero), para hacer cábalas sobre si saldrá una hermandad -la que sea- o no y para programar de forma detallada el que será su transitar por las calles de Córdoba. Para criticar al cobardón por falta de valentía y al arrojado por ese cabildo de aguas porque hay que estar majara. Hombre, por favor.
El jartible -y la jartible- come poco y bebe menos porque no tiene tiempo para nada. Pasa, como el Quijano aquel, las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio creando su ruta de a las cinco en San Roque, a las siete en Fleming, coger la curva al ras para estar a las nueve en Deanes y emular al conejo blanco de ‘Alicia en el país de las maravillas’ para llegar a las doce a Santiago y a las dos de la madrugada a Capuchinos. Como el jartible no tiene mesura, es capaz de estar tres horas a pie quieto para quedarse con el sitio bueno de San Zoilo, de Deanes, de la Cuesta del Bailío. Luego se pone el Procono por Youtube para ver si eso que vio era eso. El jartible graba y hace fotos con el móvil. Todo el rato.
No hay paz para el jartible que sabe diferenciar a primera vista a corriente, costero, fijador o patero por el tipo. Sabe lo que es andar bien y andar mal, cuándo llueve, qué marcha suena. El jartible pone mala cara si la criatura se quita un rato el cubrerrostro antes de llegar a su casa, anatema, porque hay cosas que no pican. Y si pican pues se aguanta uno. El jartible es inasequible al desaliento en materia de fe, hombre del Renacimiento en cuestiones de historia del arte, el mejor amigo de su podólogo por tanto callo y tanta fascitis plantar. Sabe de todo y, además, te lo cuenta. Aunque le vengas a decir, en tres idiomas distintos (dos de ellos, romances), que eres el de la Pepsi y que has venido a dejar tres cajas. Que te alegras mucho por lo suyo pero que le dé la turra a otro prójimo.
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