TRIBUNA LIBRE

Isabela, isabelo

La Reina Católica recibió en el monasterio de San Jerónimo la noticia de la toma de Granada

Una de las estancias del Real Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso en Córdoba Valerio Merino

Manuel Ramos Gil

Debió ocurrir a finales de 1491. Al monasterio de San Jerónimo de Valparaíso , situado en el alcor de la Sierra de Córdoba, llegaba un jinete exhausto tras duras jornadas de viaje. Portaba un correo en el que claramente se distinguía el lacre y sello del rey Fernando de Aragón . La reina Isabel de Castilla se apresura a abrir la carta a toda prisa, y ahí está la noticia esperada durante años: ¡¡Granada ha caído¡¡ El último reducto de una civilización que entró en la Península en el año 711 pasaba a la Historia.

Lo cierto es que la Reina sabía que ese momento iba a llegar muy pronto, pues desde hacía meses el Real se había asentado en un campamento a la vista de Granada, cuyo nombre indicaba el claro propósito, la determinación y la fe de Isabel y Fernando en conquistar Granada: el campamento, hoy ciudad de Santa Fe . Desde aquel enclave militar, nuestro Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba , iba y venía continuamente a la Alhambra, negociando, punto por punto y coma por coma, el acuerdo de rendición o la capitulación de la capital del reino nazarí. El héroe cordobés llegó a hacerse gran amigo de Boabdil , al que sin duda prestaría más de una vez su hombro para que el Rey Chico llorase la triste e inexorable pérdida de su Reino y de un sueño que había durado 800 años.

La superioridad del ejército castellano, las divisiones internas de los nazaríes y las dotes no solo guerreras, sino también diplomáticas, de nuestro Gran Capitán iban a hacer posible la rendición de Granada, preparándose la misma para el día de año nuevo de 1492. Tras leer la carta, la reina Isabel daría la orden a sus doncellas para recoger todo y salir a toda prisa camino de Granada para reencontrase con su esposo en aquel momento transcendental y acompañarlo en la entrada triunfal en la ciudad nazarí.

¿Pero por qué la Reina había elegido un monasterio masculino , como el de San Jerónimo de Valparíso en Córdoba para hospedarse, más aun cuando la regla prohibía expresamente la presencia de mujeres en él? Parece obvio que la monarca necesitaba una nueva residencia tras haber concedido el uso de los Alcázares a la Inquisición . ¿Pero, es que no había otros palacios en Córdoba dignos para aposentar a la Reina u otros cenobios femeninos donde acogerla? Alguna razón habría… Sea como fuere, supuestamente en las cámaras y estancias reservada para la monarca y su corte se produjo un suceso histórico, o eso al menos se cuenta. Se dice que la Reina Católica había jurado que no volvería a bañarse hasta que no recibiera la noticia de la rendición de Granada. Lo cierto es que los cristianos, por aquellas fechas, no se bañaban ni por castigo. En este sentido, destacar que las últimas noticias de antiguos baños musulmanes de Córdoba que siguieron siglos en uso tras la conquista, coinciden con el reinado de los Reyes Católicos. Tras ellos, los baños se convierten un ruinas para siempre.

De cualquier forma, el momento del esperado, prometido y más que necesario baño de Reina, ya había llegado; al decir de la gente, se produjo en aquel cenobio masculino en un reluciente caldero de cobre que aún se conserva en una de sus estancias. Sin duda alguna, el servicio pondría agua a calentar y también atemperaría la habitación de la Reina con una buena lumbre. A continuación la Reina se sumergiría en el líquido elemento, aunque no sabemos si en cueros o con algún tipo de camisola o camisón, dado su conocido pudor, que no higiene. De cualquier forma, parece que no fue necesario acudir al jabón , pues la sola acción del agua tibia fue suficiente para desprender de la piel y tejido la roña que portaba desde hacía meses.

Fue tras el baño, cuando el servicio se hacía cargo de los despojos del mismo, es decir, del agua del caldero, y cuando se dieron cuenta que aquella tonalidad amarillenta que adquirió el agua mucho les recordaba al pelaje de ciertos caballos y mulas que por nuestras dehesas pastaban, capa que desde entonces será mundialmente como Isabela o color Isabelo. En tal sentido, y según el diccionario de la Real Academia Española: «Isabelo, la. 1. adj. Dicho de un caballo: De color de perla o entre blanco y amarillo ».

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