PERDONEN LAS MOLESTIAS

Lo irrelevante

El país se nos cae de corrupción y el presidente del Parlamento no repara en que contratar con su sobrino no es estético

Juan Pablo Durán en la sesión parlamentaria de este jueves EFE
Aristóteles Moreno

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EL señor Durán no cayó en la cuenta de que su sobrino era el hijo de su hermana, directora general de Consumo de la Junta de Andalucía. Tampoco advirtió que trabajaba en la agencia El Cañonazo Transmedia ni, por lo visto, que la citada empresa había sido contratada por la Presidencia del Parlamento andaluz (que casualmente dirige él mismo) para la ejecución de un vídeo de promoción institucional del 4-D . El presidente de la Cámara andaluza, segunda magistratura de la comunidad autónoma, no puede estar en todo.

Eso lo comprende cualquiera. Como también es comprensible que no se percatara de que la Ley de Contratación Pública prohíbe expresamente en su artículo 60 contratar con familiares de segundo grado. Le pareció, por lo visto, un dato irrelevante. Al señor Durán y a toda la nube de asesores, consejeros y técnicos que le acompañan diariamente en la dura tarea de arbitrar las labores parlamentarias de los señores diputados.

No debió de parecerle igualmente significativo que el contrato se efectuara a dedo, sin concurso ni publicidad, tal como estipula la norma para encargos inferiores a 18.000 euros. Y el trabajo de su sobrino, en efecto, no alcanzaba esa cifra. El vídeo se presupuestó en 16.996,87 euros, IVA incluido. Ni pareció inquietarle tampoco al señor Durán que la lógica administrativa sugiere que este tipo de contratos los formalice el Gabinete de Prensa del Parlamento andaluz y no la Presidencia que gobierna el tío carnal de su sobrino.

No vamos a hablar aquí sobre la oportunidad de que un vídeo institucional que rememora la histórica fecha del 4-D de 1977 y promueve los valores identitarios de Andalucía sea encargado a una empresa de Madrid. No queremos ser chovinistas. Mucho menos demagogos. Lo realmente sorprendente es que el señor presidente, titular de unos cuantos trienios en las procelosas aguas de la política, no haya reparado en las previsibles consecuencias de una contratación de esta naturaleza.

En eso, o ha pecado de ingenuidad, o de temeridad, o de prepotencia. Quizás, de cuarto y mitad de las tres. Podría haberse ahorrado el engorro de tener que dar explicaciones ante la opinión pública y parecer a ojos vista que ha incurrido en un caso estándar de tráfico de influencias como una Mezquita-Catedral . Al fin y al cabo, por un contrato de 16.996 euros con 87 céntimos no merece la pena comprometer su imagen personal y la reputación de la noble institución que representa.

Todo el mundo en este país sabe que la crisis de legitimidad democrática está socavando los pilares del Estado felizmente refundado tras la Constitución de 1978 . Y que el principal factor de desafección ciudadana está directamente vinculado con el obsceno tsunami de casos de corrupción política y tráfico de influencias que mina nuestra estructura administrativa. Todo el mundo, por lo visto, no.

El señor Durán, tras el aluvión de titulares de prensa, se presentó ante los periodistas, se atusó el pelo, se puso en clave hombre de Estado y se limitó a precisar que «nadie cayó en la cuenta» de que firmar un contrato a dedo con la empresa de su sobrino era, cuanto menos, un procedimiento poco estético. Nadie pensó, insistió el presidente, que el tufo evidente a tráfico de influencias fuera un dato «relevante» en medio de la situación generalizada de desconfianza institucional que nos azota. No queremos pensar que la torpeza del presidente haya sido, en realidad, una añagaza para desviar la atención del macroproceso de los ERE que se inicia esta semana. O un tierno ataque de protagonismo político. Que, oiga, cualquiera sabe.

Lo irrelevante

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