INVESTIGACIÓN
Inventores en la Universidad de Córdoba: cien patentes desde 2015 y el compromiso de mejorar el mundo
Los investigadores defienden el papel social de la ciencia y piden más inversión pública y privada para innovación
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Cuando se habla de inventores de Córdoba , el primer nombre que aparece en el imaginario colectivo es el de Algafequi , el médico de Belálcazar al que la leyenda popular le atribuye la creación de un utensilio muy celebrado por miopes y astigmáticos: las gafas . También ocupan un lugar en el paseo de los honores de todo cordobés los ensueños aéreos de Abbás Ibn Firnás , el científico andalusí obsesionado con surcar los cielos que pasó a la historia, entre otras cosas, por ser el primer hombre en lograr algo parecido a volar. Se fracturó las dos piernas, pero su ambición le sirve hoy para ser considerado precursor de la aeronáutica y dar nombre a un cráter de la Luna, a un aeropuerto en Irak y hasta a un puente sobre el Guadalquivir.
Sin embargo, no hay que bucear en las oscuras aguas de la Historia para encontrar a científicos cordobeses que contribuyen con sus investigaciones al avance de distintos campos, desde la agricultura hasta la medicina pasando por las energías renovables. De ello saben de sobra en la Oficina de Transferencia de Resultados en Investigación (OTRI) de la Universidad de Córdoba (UCO), un catalizador entre el saber y su aplicación práctica. Según los datos de la Oficina Española de Patentes y Marcas , actualizados hasta 2017, la institución académica cordobesa ha participado desde 2005 de más de un centenar de patentes . En 2017 la UCO solicitó una decena de patentes nacionales. A final de ese año, tenía 116 familias de patente en vigor.
Cada patente tiene detrás a un equipo de investigación compuesto por varias personas, por lo que el número de «inventores» cordobeses de la UCO se multiplica de forma exponencial. Algo que certifican los datos de la institución es que el de las patentes no es un mundo exento de brechas de género : frente a los 129 hombres inventores desde 2010, sólo hay 38 mujeres con ingenios registrados. Pero, ¿para qué sirve en realidad una patente? En su definición, no es más que un título que reconoce el derecho a explotar en exclusiva una invención o descubrimiento. Pero en el plano práctico supone mucho más, porque abre la puerta a que el invento se desarrolle.
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Justo P. Castaño. Biología celular para combatir el cáncer
El director del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica (Imibic) y catedrático de Biología Celular, Justo P. Castaño , lo explica desde su propia experiencia. Registró su primera patente a inicios de los años 90, sin más propósito que proteger un conocimiento. Eran, explica, otros tiempos, en los que las universidades aún no daban a la transferencia del conocimiento la importancia social y económica que tiene ahora. Años después, su equipo investigador decidió patentar un nuevo descubrimiento que asociaba una variante de un receptor con la presencia de tumores. Este hallazgo despertó el interés de una farmacéutica que durante los siguientes años aportó el capital financiero y los medios necesarios para avanzar en su trabajo. Ese empujón les abrió puertas y también la mente: desde entonces, comenzaron a pensar en la ciencia con una visión más pragmática , en este caso en el campo de la Biomedicina.
Junto a otros expertos como el doctor Raúl M. Luque, se ha dedicado a estudiar variantes truncadas de los receptores de somatostatina del subtipo 5 y su sobreexpresión en diferentes tipos de tumores. Es decir, su labor investigadora trata de allanar el camino hacia la detección precoz de tumores, y de dilucidar cómo se generan y se desarrollan a fin de que se puedan diseñar medicamentos eficaces contra esas enfermedades. A su juicio, la transferencia científica y la divulgación son una obligación moral y práctica del investigador.
Expone que en las últimas dos décadas las patentes han pasado de ser la «guarnición» de un plato investigador a ser un recurso capital que abre puertas y consigue financiación . No sólo conllevan mejoras para la sociedad, destinataria última de la ciencia, sino que también contribuyen a la retroalimentación del pulso investigador. «Hacer dinero de lo que descubres es bueno, porque supone un retorno económico para la institución que te está ayudando. Es un círculo virtuoso», explica.
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Gustavo de Miguel. Química física contra el desafío energético
Los avances en el campo de la salud son la mejor baza para defender el papel social de la investigación: la lucha contra enfermedades como el cáncer o el alzhéimer pasa por el estudio de sus causas y el desarrollo de medicamentos que les pongan coto. Es la más ilustrativa, pero no la única que requiere de un pulso investigador potente . El mundo se enfrenta a desafíos a los que sólo se puede hacer frente con una apuesta decidida por la investigación y la propia sociedad debe exigir a sus gobiernos que ponga los medios para poner el saber al servicio de la gente. Así lo defiende el doctor en Química Física Gustavo de Miguel , que quiere romper con la visión cortoplacista de los beneficios de la ciencia. «La investigación puede no parecer una prioridad cuando no hay resultados inmediatos, pero a largo plazo es la solución a todo», defiende.
En su caso, su labor está centrada a buscar alternativas al problema energético mundial . Su investigación orbita en torno a la fabricación de células solares artificiales. Las dos patentes de las que participa -en colaboración con grupos de Madrid y Suiza- tienen como protagonistas a moléculas sintéticas capaces de absorber luz y funcionar como célula solar. La más reciente emplea un nuevo tipo de material llamado perovskita , que mejora la duración de los dispositivos. En ambos casos, el objetivo de la investigación es obtener un material capaz de generar electricidad, con la vista puesta en un futuro en el que habrá que sustituir los combustibles fósiles . «Lo que hacemos en la Universidad debe revertir en la sociedad», defiende este investigador, comprometido con el papel revolucionario de la ciencia en las vidas de las personas. Para ello, sin embargo, hace falta aportar dinero a la investigación. Ahora, gracias a una inversión privada , su grupo podrá dar un paso más en su investigación.
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Soledad Rubio. Química analítica para una economía circular
Otros avances como el propuesto por la catedrática de Química Analítica de la UCO Soledad Rubio sigue la línea que, a nivel mundial, apuesta por la sustitución de los disolventes orgánicos , derivados del petróleo, por otros que se obtengan a partir de fuentes renovables. Los disolventes supramoleculares producidos por este equipo han despertado el interés de investigadores del ámbito farmacéutico y de alimentos y de empresas agroindustriales .
Su equipo ha patentado un proceso de extracción de carotenoides a partir de fuentes naturales y residuos agroindustriales usando disolventes supramoleculares. Una de las líneas derivadas de su investigación apuesta por la economía circular que se impone en Europa: dar una nueva vida a los desechos agroindustriales mediante su valorización. Rubio pone el ejemplo de un producto de gran valor para la industria alimentaria del Mediterráneo como el tomate , del que al menos un 25 por ciento de la producción se utiliza para la fabricación de salsas y purés, originando un residuo rico en licopeno con propiedades para la salud. El método patentado da las claves para su extracción usando un proceso que, además de ser sostenible, es más rentable. Otro ejemplo es la extracción de astaxantina , el carotenoide que da color al salmón, a partir de microalgas con un procedimiento rápido y económico que no requiere instalaciones especiales y proporciona productos sin residuos tóxicos.
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Jesús Gil Ribes. Ingeniería rural para optimizar el campo
La máxima « piensa global, actúa local » también puede llevarse a la ciencia aplicada. En una provincia con un peso específico de la agricultura en la economía, proyectos como el de Mecaolivar contribuyen a la mejora de las condiciones de las personas que trabajan en el campo y a sus resultados en el cultivo. El grupo que dirige el catedrático Jesús Gil Ribes está detrás de sistemas innovadores para el agro que beben de años de experiencia y estudio. Algunas de sus invenciones responden a la demanda específica del sector; otras, a su propio análisis de las necesidades.
Mecaolivar persigue licitar Compra Pública Precomercial para desarrollar prototipos que mejoren la tecnificación y rentabilidad económica del olivar. Entre las 16 patentes registradas, la mayoría de la mano de empresas del sector del agro, pueden encontrarse innovaciones dirigidas a mejorar las condiciones de trabajo de los agricultores -por ejemplo, un « vibrosacudidor » que facilita el vareo de la aceituna o un sistema para prevenir el vuelco de tractores , uno de los accidentes laborales más frecuentes y graves- o para optimizar los tratamientos fitosanitarios o de abono de los cultivos. A su juicio, el del campo es un mundo que hay que vivir, investigar y comprender para desarrollar la mejor tecnología aplicada al cultivo.
Gil Ribes incide en que el peso social de la investigación va más allá de los propios resultados: es un potenciador económico de primer nivel . «El nicho de empleo está en la Economía del Conocimiento», expone, y así lo certifican las propias recomendaciones de la Unión Europea a los gobiernos. España, lamenta, ha dedicado poco dinero a la investigación. Lo hace extensivo a la empresa privada, que a su juicio no invierte lo suficiente en innovación.