PERDONEN LAS MOLESTIAS

Ínsula

Tras el terremoto de las primarias, la Córdoba de Cospedal podría convertirse en una isla rodeada de agua por todas partes

Cospedal en un acto con militantes del PP de Córdoba VALERIO MERINO
Aristóteles Moreno

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LA Córdoba de Cospedal se ha quedado aislada en medio del océano andaluz de Soraya que, a su vez, puede quedar desconectado de la España de Pablo Casado , en el supuesto de que el joven aspirante logre los compromisarios suficientes en el congreso. Si las observamos con ojos de geógrafo, las primarias desencadenan un fenómeno orográfico que adopta formas caprichosas al modo de los fiordos o de los lagos subterráneos.

Córdoba es un mar interior. O un atolón, según se mire. Al señor Nieto, ex presidente provincial del partido, se le ocurrió un día fiar sus esperanzas de supervivencia a la señora Cospedal, secretaria general del partido. La suya fue una elección funcionarial, alentada previsiblemente por el instinto de conservación de quien huye de las tierras inestables. En el partido entonces empezaron a producirse movimientos tectónicos entre corrientes de opinión. Es decir, entre grupos de poder.

Las primarias han surtido el efecto de una lluvia torrencial y cuando han emergido los votos secretos de los militantes por primera vez, Córdoba se ha convertido en una ínsula cospedaliana en medio de la inmensidad de Soraya. Cuando descubres la democracia interna suceden fenómenos tectónicos no previstos. Nada que ver con la estabilidad sepulcral del dedazo. Aquella llanura pedregosa donde no florecía ni un maldito lentisco.

Si Casado afianza un acuerdo con Cospedal, la ínsula cordobesa abrirá un puente natural con la España mesetaria que le permita asegurarse una vía de abastecimiento y cargos orgánicos. De lo contrario, los Nieto y compañía deberán cavar trincheras para pasar el invierno y afrontar una larga guerra de posición y desgaste. Si Casado y Cospedal suman sus huestes para desbancar a Soraya deberán desanudar aquella matraca de la lista más votada y la deslegitimidad de los perdedores para gobernar. En política, los principios duran lo que tarda en llamar a tu puerta el interés concreto en el momento concreto.

Nieto fió su futuro a Cospedal y Bellido la encomendó a Nieto al modo en que los alpinistas atraviesan encordados un desfiladero de montaña. Los políticos se atan unos a otros para garantizarse su seguridad y ocupar las direcciones generales o las secretarías de Estado de la administración pública. Si uno cae es previsible que todos los demás vayan detrás de él arrastrados por la fuerza de la gravedad.

Ahora el PP es un conjunto de placas tectónicas sometidas a una fluctuación imprevisible. Si te quedas sentado sobre el suelo de Cospedal, puede ocurrir que se hunda el mundo bajo tus pies y tengas que agarrarte al catorce barra de un empleo en precario. El señor Nieto tiró de la cuerda de Zoido y Cospedal para escalar a la secretaría de Estado de Seguridad en los días en que nada parecía amenazar el horizonte.

Pero oiga: la política es territorio sísmico. Una amalgama inestable de fallas rocosas en tensión permanente. Rajoy aportaba calma y un paisaje de orden en la superficie. Cinco minutos después de abandonar la Moncloa, se han desatado las fuerzas geológicas que duermen bajo tierra. Quién lo diría de un partido que parecía granito y pudiera ser piedra pómez.

Lo que las primarias han vuelto a demostrar es que el poder se sostiene en virtud de un ecosistema dominado por el silencio, la sumisión y las redes clientelares. Si a los militantes le proporcionas el arma del voto secreto, el aparato puede saltar por los aires, la Cospedal defenestrada al tercer puesto y Córdoba quedar convertida en una isla rodeada de agua (y adversarios) por todas partes.

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