Rafael Ángel Aguilar Sánchez - El Norte del Sur

El informe Lavela

El secretario del Pleno pide papeles sobre el rey de la Reconquista: a ver qué fue eso de poner bienes a su nombre sin pasar por el Registro

La obsesión patológica por el revisionismo histórico tiene sus riesgos. Fernando III El Santo estaba tan a gusto ahí bajo su losa y entre la tierra reparadora y llega de repente el secretario municipal, que en verdad parece por momentos un contemporáneo suyo, para espabilarle el descanso eterno. Ha sonado en la cripta un aviso de mensajería móvil por el que el alto funcionario le advierte al monarca de la posibilidad nada remota de que tenga que sentarse en breve en una sala del Tribunal Constitucional para explicar en qué se basó para hacer suya la Catedral cuando todavía era mezquita. Que a ver qué es eso de llegar a una ciudad espada en mano y poner uno a su nombre, y ni eso porque se quedó el templo así sin ir al Registro de la Propiedad ni nada, lo que se encuentre por el camino. Que si ese proceder era el que se llevaba en el siglo XIII, pues mal que estaba hecho y para enmendarlo estamos. Que no es por ponerse leguleyo pero es que ha llegado el momento, majestad, de darle una vuelta a los modos con los que la Reconquista avanzó hasta el sur de la Península.

El insigne Lavela viene a ser como el familiar leído y de estudios en el que los políticos con poco más que las cuatro reglas, que de todo hay, se amparan para que les explique bien clarito cómo son las cosas, y sobre todo para que ponga por escrito lo que ellos llevan en la cabeza pero no aciertan a armar con el entendimiento. Los concejales con galones le encargan los informes como quien pide una pizza a domicilio con el condimento que saben que les va a gustar y todo para poder enseñarles luego los papeles con la firma del recto hombre leyes a los compañeros de la bancada de la oposición y soltarles displicentes y así como quien no quiere la cosa: «Veis como llevábamos razón. Lo pone aquí el secretario...». Si no fuera porque está escrito en papel timbrado, el documento que ha emitido el funcionario de grado movería más a la risa que a cualquier consideración seria de los argumentos que expone. Atención a este párrafo: «La entrega realizada por Fernando III [a la Iglesia] no fue una donación sino un acto que podría entenderse y calificarse nulo de pleno derecho conforme al derecho romano». Toma ya.

El celo que pone el bipartito municipal con los papeles de la Iglesia bien que lo maneja con desahogo, manga ancha y hasta vagancia cuando la rueda gira hacia otro monumento que es de una administración amiga. De la tumba del califa que levantó Medina Azahara nadie se acuerda, por ejemplo. Y no hay prócer local que se empeñe en que los restos musulmanes de la orilla de la carretera de Palma del Río pasen a manos del Ayuntamiento. La Junta los cuida bien y administra mejor los dineros que recauda en taquilla. Pero tiento con Lavela: un día de estos suena un móvil en el Salón Rico y es él que quiere localizar a Abderramán III.

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