Rafael Ruiz - Crónicas de Pegoland

El indignado

Es él. El que lo sabe todo. El que siempre tiene el ceño fruncido. El que ha dejado la medicación

No se entiende España y sus vastas plurinacionalidades sin la figura sociológica del indignado. Y no, no se trata del muchacho de perro y rastas que clamaba por la paz mundial tirado en Sol o en cualquier otr a plaza en nombre del soberano pueblo (de todo el pueblo, de la gente) hasta su toma de posesión como diputado en Cortes. El indignado se ha hecho global , oceánico, de forma que arremete desde izquierdas y derechas cual si estuviese delante del mismito demonio a cada paso que da la vida. Al neoindignado o indignadito se le conoce porque tiene mala baba y habla o escribe como si acabase de dejar la medicación. Como si al pobre le faltase un tornillo o su ración diaria de Xanax para dejarlo tranquilito en el sofá. Ante la tele. Elijan ustedes la cadena.

El indignado salta al cuello porque no le interesa dialogar sino imponer sus santas gónadas. Y siempre frunce el ceño —cual catedrático, los universitarios se indignan especialmente — aunque lo que esté diciendo sean una sarta de majaradas. Al postindignado no le interesa la argumentación sino la conclusión de la frase. Que es la suya. Porque él siempre tiene razón . Existe la alternativa de explicarle al súperindignado que la vida no es blanca o negra, sino una variada sucesión de grises. Que en un mismo sujeto pueden darse la mejor de las intenciones y la peor de las consecuencias. Si es catalán, el «emprenyat» (que es la palabra de los indignados en la lengua de Pla) le dará la turra con lo del colonialismo y el latrocinio feroz . Si no lo es, le soltará lo del uso del idioma catalán a todas horas, como si no fuese lengua romance y, a todos los efectos, cooficial.

Porque el indignadérrimo siempre tiene un motivo, una pasión, una misión en la vida. Y una explicación. El indignadismo postindustrial se basa en la aplicación sencilla de ecuaciones para la solución exacta de las cosas. Nuestro hombre, nuestra mujer, siempre llega a la raíz de las cosas de la forma más directa porque lo ha escuchado en su ración diaria de dogma . Al indignadete no se le lleva la contraria porque la contraria no existe. Él siempre tiene una razón concreta para montar en cólera y proclamar que el milenarismo ya está aquí producto (opción A) del neoliberalismo capitalista devorador u (opción B) de las costumbres disolutas de esta España doliente y cada vez menos en sus cosas.

El indignado de hoy es, como el antisistema, el dócil de mañana . Basta con esperar para ver a todos estos que han inventado «per-so-nal-men-te» la pólvora morder el polvo de la realidad y sus matices. Imagino que todo esto acabará pasando y el foco del debate volverá a donde siempre tuvo que estar . A las personas razonables capaces de explicar de forma argumentada e informada por qué suceden las cosas. En que vuelva, o a acaso llegue por primera vez, la muy europea costumbre de tratar al sabio con el necesario respeto que se merece la sabiduría y al sandio con el oportuno desagrado del que se pasa el día diciendo sandeces.

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