Jesús Cabrera - El molino de los ciegos

Las ideas de Pernichi

Si sale adelante la moción de IU, no se sabe qué harán con los libros de Canetti, Kafka, Zweig y Ana Frank

El secretario de Benjamín Netanyahu palideció antes de pasar la llamada telefónica a su jefe y el temblor de su mano tiró al suelo la foto de su hijo Moshe durante su Bar Mitzvah. No había vuelto a colocar el marco en su sitio cuando a través de la recia puerta de roble, como son las del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí, un exabrupto atronó por toda la noble estancia: «¡¡Pernichi!!». Netanyahu se desplomó abatido sobre el respaldo de su sillón a la vez que un sudor frío comenzó a aparecer en su frente, justo en ese sitio donde arranca el peinado de babor a estribor que intenta encubrir su irremediable alopecia. «Esto lo arregla Pedro cuando vuelva del Perú, eso fijo», se consoló el ministro mientras miraba una bella foto del Kotel al atardecer, ese monumento Patrimonio de la Humanidad al que han cambiado el nombre sin que plataforma alguna se haya puesto a gimotear ni el Icomos se haya aferrado al folcklorismo más superficial.

Este temblor en las sólidas estructuras políticas de Israel lo había provocado minutos antes en Córdoba la concejal de IU Amparo Pernichi al anunciar que los cuatro concejales de su grupo pretenden presentar en el próximo Pleno una moción que pida la ruptura total de relaciones de la ciudad de Córdoba con dicho estado al amparo de una campaña internacional denominada Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). Mientras su portavoz jaleaba en Arequipa la candidatura de Córdoba para acoger un congreso internacional, apoyada, cómo no, en el prestigio que da el ser capital de las tres culturas, ella se encargaba de podar sin anestesia la segunda de ellas, la judía, porque la cristiana ya les venía podada de serie a los de IU.

Está muy bien que Pernichi denuncie los abusos que comete el estado de Israel contra la población palestina, porque tiene toda la razón. Pero no está tan bien que proponga cortar todos los vínculos de Córdoba con Israel de tipo político, institucional, comercial, agrícola, educativo, cultural o de cualquier campo. Bueno, todos no, porque en aquellos en los que el ridículo traspasaría las fronteras locales, como el Festival de Música Sefardí, se haría una «repensada», que es lo que dicen los que no tienen en ese momento respuesta alguna.

Visto lo visto, si IU presenta la moción y ésta prospera, la ciudad de Córdoba no podrá firmar «convenio, contrato o acuerdo» que esté bajo la bandera de la Torá o todo lo que huela a ella aunque sea remotamente, y como ejemplo no hay más que recordar la vergonzosa persecución de Matisyahu y las humillantes condiciones impuestas para poder cantar en el Rototom de Benicasim. Si sale adelante, la Gerencia de Urbanismo no encargará un proyecto estrella al arquitecto Frank Gehry ni volveremos a deleitarnos con la dulzura de Noa en el Festival de la Guitarra, como sucedió este verano. Además, en la sala Vimcorsa se pueden olvidar ya de traer, aunque sólo sea una obra, de Marc Chagall, Paul Klee o de Amedeo Modigliani, faltaría más, y la orquesta suprimiría de su repertorio a Mahler y Gershwin. El gobierno municipal mirará también de manera torva a la Universidad de Córdoba, a la que no le son extraños los acuerdos con sus homólogas israelíes para el intercambio de estudiantes, fundamentalmente agrónomos.

En las ideas de Pernichi está resucitar el «Index librorum prohibitorum», porque si sale adelante su moción no sabremos qué harán con los ejemplares del «Diario de Ana Frank» ni con las obras de Elias Canetti, Franz Kafka, Stefan Zweig o Noam Chomsky. ¿Y con Maimónides qué hacemos, eh? La respuesta la tiene Netanyahu en su despacho del bulevar Yitzhak Rabin en Jerusalén: «Esto lo arregla Pedro cuando vuelva del Perú, eso fijo».

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