Verso suelto

Un huerto privado para la cultura

Para la creatividad es mejor abono buscar al público que el manto gris de las subvenciones

El solar de Miraflores Valerio Merino
Luis Miranda

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El estrépito de los rebrotes y de los agoreros que claman al cielo diciendo que estas cosas pasan por dar a la gente la libertad de salir a la clale a buscarse la vida sin esperar paguitas se ha tragado una noticia singular en Córdoba y que todavía tendrá que pasar algunas etapas hasta confirmarse como hecho insólito y bueno o como globo sonda que no llegó a nada. Hay unos promotores privados que quieren aprovechar una de las parcelas del malogrado Palacio del Sur para hacer un hotel con un auditorio. Allí donde ahora crecen los jaramagos hubo en otro tiempo vistosas flores de plástico y maquetas sufridas que hablaban de un futuro en que otra Córdoba florecería moderna y glamurosa frente a la de siempre. Era una ciudad con tipos de chaqueta de sastre y sin corbata, coches ecológicos y congresos mundiales donde se hablaría de los avances científicos que tenían que cambiar el mundo.

El Ayuntamiento no fue capaz de conseguir que ninguna empresa invirtiera donde sabía que acabaría palmando dinero, y por más vueltas que se le dieran esos solares de Miraflores se quedaron como los escenarios de una película de ciencia ficción, en que los ordenadores y los artificios reconstruyeron lo que nunca dejaron de ser parcelas a la espera de una mano que les sacudiese el abandono y acaso hiciera brotar a un genio de los deseos de las entrañas de la tierra estéril.

Ahora hay gente que piensa que una parte del proyecto es posible y ha planteado un hotel con recinto para congresos y un auditorio, y eso construido con dinero privado y gestionado con dinero también suyo, con la esperanza de que sirva para generar más riqueza. La productora Riff , una empresa de Córdoba que está a la cabeza de la organización de conciertos y representación de cantantes y grupos de toda España, pone cara a esta idea que será una revolución en una ciudad donde la idea monolítica es que la cultura se tiene que proteger de la irrevocable indigencia económica bajo el paraguas ancho y goteroso del Estado.

Por allí pueden pasar entonces conciertos de cantantes prefabricados y de autores con voz propia y originalidad que puedan mejorar a los poetas, y seguro que se podrá escuchar a grupos melosos para adolescentes y al pop y al rock que no hace caso de los discos de tributo ni de la nostalgia inmovilista. Con el dinero de las entradas ganarán los grupos que podrán seguir en la carretera, los intermediarios imprescindibles y los promotores. Cuando un concierto acabe podrán llegar los siguientes. El mundo es bello cuando la creatividad arraiga y florece y es bueno que se le proteja, pero siempre fue mejor con el abono de la creatividad de buscar al público y educarlo que con el manto plomizo de las subvenciones que envuelven la mediocridad en palabras.

Uno canta para que lo escuchen, escribe para que lo lean, hace películas para que las vean y pinta para que haya quien admire los cuadros y para que quien pueda se los compre. Ese mercado es la mejor oportunidad para el que ama la música, los libros, el arte o el cine. El que vaya a Miraflores para decir que la cultura no puede ser un bien que se compra y se vende como una chirimoya o un lenguado no tendrá más que mirar a su alrededor para ver que si malo es lo que sólo es comercial, peor todavía es lo que se paga con impuestos para que no lo vea ni aprecie casi nadie.

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