RELIGIÓN
Las huellas de un santo en Córdoba
Cuatro sacerdotes cordobeses cumplen 25 años desde que los ordenó San Juan Pablo II
SEGURO que estaban familiarizados con él todos los que se ordenaron sacerdote aquel día de hace 25 años , pero más que nadie los cuatro que llegaban de la diócesis de Córdoba . Y no esperaban que en la ceremonia de su ordenación, el Papa Juan Pablo II, hoy santo, comenzase con unas palabras de San Juan de Ávila sobre el ministerio en el que iban enseguida a dar sus primeros pasos: el del sacerdocio. Se llamaban Fernando Cruz-Conde , Joaquín Alberto Nieva , José Juan Jiménez Güeto y Agustín Moreno y tras ordenarse en Sevilla el 12 de junio de 1993, comenzaron enseguida su ministerio por distintas parroquias y pronto se les llamó a misiones importantes. Desde hace años son todos canónigos y acumulan responsabilidades sin por eso renunciar a la pastoral, al contacto con los fieles, que les apasiona.
Así lo ve Joaquín Alberto Nieva (Lucena, 1961), que reconoce que muchos de los lugares en los que ha servido en estos años hubieran exigido dedicación completa , pero nunca quiso dejar el trabajo en su parroquia y aquello que ha vivido más intensamente: «La alegría de haber ayudado a muchas personas a encontrarse con Dios, y que eso les haya llenado de consuelo, esperanza y alegría». Porque él recuerda para eso una frase de Santa Teresa de Calcuta, en la que se comparaba con el lápiz que escribía, pero que se movía con la mano de Dios.
Su ministerio comenzó en Cardeña y en varios pueblos próximos, donde además fue profesor de instituto y pudo trabajar contacto con los jóvenes y sus inquietudes, de lo que guarda un buen recuerdo. Luego pasó por La Carlota y también por sus núcleos próximos y el obispo Javier Martínez le envió a Roma, donde estudió Derecho Canónico con especialidad en Derecho Matrimonial. «Allí aprendí además idiomas y conocí la experiencia de la catolicidad, de lo universal», cuenta.
Desde entonces repartió su trabajo y su atención entre su parroquia de San Francisco y muchas otras responsabilidades: canónigo doctoral, vicario general de Pastoral, canciller del Obispado, juez del Tribunal y ahora promotor de Justicia de la Rota de la Nunciatura Apostólica en España. Es decir, del tribunal al que se apela desde toda España. Es feliz en su parroquia, «con mucha vida , tres hermandades y ocho comunidades neocatecumenales». «De joven quería ser misionero y lo he sido en mis parroquias», relata.
El contacto con los fieles y los sacramentos le llena, pero también habla con pasión de su trabajo en el derecho y de su tesis sobre los divorciados vueltos a casar. «El de promotor de justicia es un trabajo delicado, en el que hay que verla por el cumplimiento de la ley, y para muchas personas una nulidad puede ser como una vuelta a la vida», relata.
José Juan Jiménez Güeto (Cabra, 1968) reconoce que mil veces volvería a tomar el camino del seminario si tuviese que repetirlo: «No entendería mi vida si no hubiese sido sacerdote y lo vivo con alegría y gozo, he sido extremadamente feliz». Su primer destino estuvo en la que ahora es su parroquia, la Trinidad, pero de ahí pasó al seminario menor como formador, de lo que guarda un recuerdo muy grato de acompañamiento a los jóvenes que iban a recorrer su mismo camino. Luego regresó a la Trinidad, donde fue vicario con Santiago Gómez Sierra y ahora párroco.
No puede hablar más que bien, dice haberse sentido «muy querido, en una parroquia que es muy generosa, con mucha preocupación social, en parte por toda la labor que ya había hecho allí don Antonio Gómez Aguilar». El obispo Juan José Asenjo le hizo canónigo y antes le encomendó la Delegación de Medios de Comunicación Social del Obispado, que le permitió tomar contacto con un mundo que le ha apasionado y al que llevó una buena parte de la actualidad de la diócesis. «Allí aprendí cómo se puede evangelizar y hacer apostolado también a través de los medios de comunicación; creo que es algo en lo que habría que redoblar esfuerzos», dice.
¿Qué recuerda del Papa? San Juan Pablo II ya era un anciano , «pero se percibía en él mucha vitalidad interior ». Con él compartió el ardor apostólico y la devoción a la Virgen María, en su caso de la Sierra. En 2005 viviría junto a sus compañeros los días posteriores a su muerte en Roma, la oración frente a su cuerpo y cómo tanta gente gritaba «santo subito».
Como su compañero Joaquín Alberto Nieva, Agustín Moreno Bravo (Córdoba, 1969) se tuvo que ordenar sacerdote con una dispensa papal , ya que apenas tenían ambos 23 años cumplidos, mientras que el Derecho Canónico exige que sean al menos 25. Tuvo su comienzo con mucha carretera, por Fuente Obejuna y sus aldeas, y de ahí se le envió a Roma para ampliar sus estudios y terminar la licenciatura y el doctorado en Teología.
El trabajo también se le acumuló, porque fue director de la Escuela de Magisterio Sagrado durante once años , entre ellos el momento del traslado a la actual sede del Brillante. Ahora está al frente de la parroquia de Santa María Madre de la Iglesia, en Santa Rosa, y lleva trece años como consiliario de Manos Unidas . «Si hay algo que me gusta es la cercanía de las personas, hablar con ellas en las conversaciones y en las confesiones, porque luego después me sirve para saber cómo predicar y qué es lo les preocupa», relata.
Habla especialmente de la tarea de llevar la comunión a los enfermos y personas que no pueden salir de sus casas , «porque en el barrio todavía quedan muchos bloques sin ascensor», y se emociona al hablar de la alegría con que estas personas y sus familias reciben el sacramento. «Es algo inenarrable, pero también he visto a muchas personas que están solas», relata sobre su tarea.
Hace ahora balance y da «gracias a Dios» por su ministerio y no renuncia a pedir perdón por sus errores. Como los demás, no hace planes para el futuro. En 25 años han llegado muchas responsabilidades y se ha crecido mucho, pero sobre todo se pone tareas: «La cercanía con las personas y el crecimiento de la vida espiritual».
De todos, el de mayor edad era Fernando Cruz Conde (Córdoba, 1953) . Había ejercido como abogado pero sintió la vocación al sacerdocio y no duda en afirmar que sus años de ministerio han sido «muy gozosos» . Estuvo primero en Bujalance, cuatro años, y más tarde en Rute y Priego, donde fue arcipreste. Terminó en Córdoba, donde estuvo un año en la parroquia de Cristo Rey y terminó en la Compañía, primero como vicario y ahora como párroco y también rector de la iglesia del Juramento de San Rafael.
Mientras se sucedían responsabilidades y f ue ecónomo diocesano. « Juré tres veces en la Catedral , primero como canónigo, después como magistral y ahora como arcediano», relata. Guarda buen recuerdo sobre todo de sus años en los pueblos y del trabajo en las parroquias. «Me quedo con la alegría de ser cura y he procurado sentarme en el confesionario», dice, mientras habla del gozo de este sacramento, «porque como dice el Evangelio hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por 99 justos que no necesitan conversión».
Su experiencia anterior le sirvió para algunas tareas con las que no contaría en el seminario, como su trabajo en Cajasu r, para donde llegó a sonar como presidente. «Si lo llego a saber me voy a otra diócesis», dice riendo , porque su interés es ser sobre todo sacerdote. En eso seguirá en los próximos años, cuenta mientras planea un viaje a Calcuta junto a otros sacerdotes, para ponerse manos en la obra.
No eran aquellos años malos para la diócesis , que apenas nueve meses antes, en septiembre, había recibido a cuatro nuevos sacerdotes: Tomás Pajuelo (hoy también canónigo y doctor en Derecho), Rafael Rabasco (párroco de San Lorenzo), Francisco Javier Cañete (párroco de Santa Isabel de Hungría) y Miguel Varona (párroco de San Pelagio). Los obreros siguen en la mies.