Rafael González - LA CERA QUE ARDE

Honores y distinciones

Tener columna colgada en el bar Correo. Eso es un homenaje

Como cada domingo, después de la misa de 12, me leo los «Apuntes al margen» de Rafa Ruiz . Hay quien se toma un vermú y otros le dedicamos unos minutos a los maestros . En papel, con su poquito de tinta para los dedos y ese olor insustituible a letras. En el ejemplar de ayer, Ruiz aparece envuelto en un madridismo que lo convierte además en un hombre trinchera , apoyado por Aris Moreno, que entrevista a una mujer siria. Culés en la resistencia . La verdad es que no he visto mucho la portada y me he ido directamente al ritual de Sr. Poyato- Sr. Tafur- Sr. Ruiz- Sr. Moreno . Ese es mi vermú dominical y la Champions solo ruido . El ruido excesivo de los que abrazan la anestesia para hoy volver a la realidad de la cuota de autónomos subida vía Presupuestos Generales, los hijos grandes y sin perspectiva, la señora esposa que todavía está en la «shopping night» o sencillamente la aburrida cosa cotidiana. El caso es que el maestro Ruiz se detiene en la normativa municipal de Honores y Distinciones y nos explica con precisión lo de tener que estar muerto o no para que en Córdoba te pongan una calle. O las excepciones habidas. Y lo que modestamente nuestro buen hombre propone a sabiendas de que proponer en el califato del eterno gerundio es un verbo que hasta se puede convertir en peligroso. Puedo entender que un tipo como Rafa Ruiz dedique unas líneas a esta normativa municipal de rotular calles a difuntos insignes , instituciones solidarias o prohombres coleando, sobre todo en una ciudad en la que la Medalla de Oro se regala a precio de costo o de estrategia electoralista o complejos insuperables.

Digo que puedo entenderlo porque el muy ladrón ya tiene su propio reconocimiento de honor y distinción: una de sus columnas enmarcadas en el Bar Correo . Después de varios años sin acercarme, estuve el otro día para recuperar la memoria y detenerme en el presente inmutable, porque aunque Manolo y Manolo están un poco más mayores -como todos menos yo, que estoy rejuveneciendo para pagar impuestos-, allí todo sigue felizmente igual. O sea, muy bien. Porque llegar al Correo es llegar a la Córdoba sabiamente inmutable , la que no cierra tiendas centenarias, ni tabernas imprescindibles, ni factorías productivas, ni casas de vecinos, ni te alicata de granito el patrimonio. El Bar Correo es patrimonio de la humanidad cordobesa y lo demás, en comparación, son moviditas domésticas del Icomos. El Bar Correo es pequeño como la ciudad pero tiene el salón más grande, que es la calle y no cualquier calle e incluso plaza. Y si entras -si puedes- y ves una columna enmarcada del Ruiz rindiendo tributo al establecimiento pues los berberechos hasta saben mejor. Debo ir más aunque yo ya esté abonado a la cero/cero. Que es que he estado de un sociópata que lo tiro.

Y porque el otro día, antes de saber nada de la normativa de Honores y Distinciones, comprobé que en realidad no hay mayor honor que te reconozcan colgado en una pared del Bar Correo . Lo demás son formalismos. El Correo es más Córdoba que varias comisiones plenarias de homenajes póstumos.

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