Rafael Ruiz - CRÓNICAS DE PEGOLAND
En homenaje al déficit público
Cuidado con perderse en la Ciudad de la Justicia
En los pasillos de ese homenaje al déficit público que es la Ciudad de la Justicia de Córdoba , se puede organizar una gran premio de Fórmula Uno, algo así con motos como lo de Jerez e incluso la media maratón esa que corren por las noches para que Emilio Aumente no tenga que firmarle horas extraordinarias a los policías. Por esa vasta incertidumbre de hormigón, caben dos carreras oficiales, tres Eutopías , cinco Cosmopoéticas , ocho Festivales de la Guitarra . Solo la cafetería se haría de oro organizando bodas, bautizos y comuniones -sitio tiene, basta con apretarse un poco- y las compañías que mandan a los turistas a los sitios equivocados podrían preparar mapas GPS porque en esa inmensidad de metros cuadrados da como cosa perderse en la parte de lo penal.
Se encuentra uno en los pasillos de los juzgados nuevos a los funcionarios que parecen Robinson Crusoe . Largas barbas, ropas andrajosas. Salieron de casa al trabajo y se han perdido en la laberíntica arquitectura de ambulatorio venido a más, de centro de salud a lo bestia, que se gasta el complejo. Semanas sin ver a la novia, alimentándose de los kit kat y el danacol de la maquinita. Se abre una puerta cualquiera y aparece un procurador sollozante, porque los procuradores sollozan, echando de menos a sus madres. Recordando aquellos viejos juzgados -ordinariamente chungos- en los que uno llegaba, esperaba, firmaba, volvía a firmar, volvía a esperar, se desesperaba. Pero no se perdía, oiga.
A la Ciudad de la Justicia no llegan las ondas generando una peculiaridad del espacio-tiempo que debería estudiarse por la ciencia. Se entra por la puerta elefantiásica , se pasa la seguridad (modernísima) y se saluda a los guardias civiles (los de siempre) y el móvil deja de decir aquí estoy. La autonomía gansa ha creado unas paredes tan gruesas que los de Movistar no tienen cobertura. Volviendo a la posibilidad de perderse, cierta, eso es malo porque no se puede llamar al 112 a que lo rescaten a uno si, andando entre lo contencioso-administrativo y los forenses (lagarto, lagarto), se le va el santo al cielo. La Ciudad de la Justicia es como los pisos antiguos del chiste de Gila, que la sopa se ponía fría entre la cocina y el salón, y a la familia se llamaba a voces, con eco. Tan grande, tan grande es que me apuesto con ustedes una caña en el Correo que los vecinos de Noreña van a estar hasta las narices del invento. Equipamiento local, dicen que se llama el solar.
Desde ayer sabemos que la Ciudad de la Justicia tiene una nueva aplicación dedicada a los deportes acuáticos. Tras unos sesenta y pico millones de nada que cuesta la cosa, y que la Junta devolverá multiplicada por dos y pico (alquilar no sale a cuenta, que dicen las madres), en los primeros días con cuatro gotas de agua uno de los bajantes empezó a manar sobre las carpetas, los ordenadores, los funcionarios. De esa manera, ejemplar, que solo manan las obras públicas millonarias españolas. Regando un vergel pagado, amigo lector, por su declaración de la renta.