PRETÉRITO IMPERFECTO
Soy hombre, perdonen
Me niego a que se nos cosifique a todos los hombres del modo tan cruel que se está haciendo
Apreciada vicepresidenta, asumo que no he podido ni llegaré a entender a todas las mujeres en los restos de mis días. Ni la ímproba empresa cuantitativa que ello me supondría ni mis cortas luces podrían aliarse en una cosmogonía estelar para que obrasen el milagro laico. Es más, desde la noche de los tiempos no he sido capaz de comprenderme a mí mismo (y ahí sigo, aunque me doy por caso perdido) ni hacer dos cosas a la vez, y en contumaz esfuerzo persisto en lograrlo con la otra persona guardadora de mis hijos -como la Junta de Andalucía me ha dicho que llame a mi cónyuge y su madre- que vive conmigo en el heteropatriarcado que los abajo firmantes decidimos fundar hace unos cuantos lustros. Y que bastante tiene, en absoluta libertad, con soportarme.
Poseo varios contratos que así lo atestiguan, por si encierran dudas sobre la legitimidad de esta atrocidad rancia que cometí o alguien alberga dudas coercitivas por mi parte hacia ella. Hubo varios consetimientos mutuos y expresos ante Dios, el cura -que casi no llega al enlace-, decenas de testigos aún vivos por suerte y el funcionario del Registro Civil que días después y de mala gana me atendió aquella mañana en que me cambió la vida cuando le dije adiós con un libro de familia sellado bajo el brazo.
En resumen, soy hombre, con todos sus papeles en regla e hipoteca, y una ristra interminable de defectos y varias atrocidades políticamente incorrectas en nuestro presentismo de posverdades y para los dogmas de la nueva masculinidad (la cual, como no podría ser de otra manera, respeto con sumo gusto).
Soy heterosexual clásico, cristiano, futbolero, taurino, flamenco, ferviente seguidor de la Real Academia Española y un idioma maravilloso, con acento andaluz, que hablan cuatrocientos millones de personas en el mundo sin complejos; constitucionalista y me encantan los boleros y la poesía como armas seductoras... Y, tal y como están los tiempos, estoy por hacerme fumador (cuestión que detesto, pero por llevar la contraria, como el salmón). Y me da igual la etiqueta que quieran ponerme tras este pudoroso autodefinido. Sólo me salva mi lugar de nacimiento, un privilegio al alcance de pocos... y pocas.
Escrito lo cual, me niego en rotundo a que se nos cosifique a la ligera a todos los hombres de la manera tan cruel que se está haciendo. A que se nos fabrique un rol de enemigo, depredador y antagonista por decreto-ley de la mujer bajo eufemismos. A que se nos equipare a todos con los bestias y delincuentes de la Manada o de cualquier atroz suceso que implique la vejación o el abuso y agresión contra una fémina. O con un simple amago de machismo denigrante. Me opongo a que se coarte de antemano mi libertad sentimental, mi modo de expresión, convivencia o relación con prejuicios que huelen a naftalina aunque se vistan con satén de modernidad. Repudio ese lenguaje artificial de la arroba y los sufijos con carné político que a mayor deshonra empieza a poblar hasta el periodismo, como la peor muestra de seguidismo borreguil.
Pero, igualmente, rechazo este afán por reducir la propia libertad de la mujer: desde ponerse el escote que quiera, a vivir su amor de la manera que legítimamente disponga sin atender a corifeos inquisitoriales. No me gustan las infanterías manipuladas que viven por y para la lucha, inventando guerras sin puentes de concordia. Y menos sus coroneles. Vengan de donde vengan. Me van a perdonar si sigo cediéndoles el paso en un ascensor o una puerta. Pura cortesía. O si algún día me da por lanzar un piropo.
Siempre nos quedará la belleza.