ANÁLISIS

Miguel Castillejo, «un hombre irrepetible»

«Sublimó sus ambiciones más íntimas en favor de una acción ecuménica mucho más sublime»

Manuel Gahete es el autor de una extensa biografía de Miguel Castillejo ARCHIVO

MANUEL GAHETE

Todos los grandes hombres dejan tras sí leyendas que vibran empapadas por luces y por sombras. Solo la mediocridad humana superpone a la luz el opaco velo de los mitos, pretendiendo oscurecer el carisma iluminador y épico que sustenta la realidad incontestable que signa a los nombres eternos. Porque Miguel Castillejo es sin duda una figura capital en el último cuarto de siglo de la historia de Córdoba. Educado en el ámbito doméstico de una familia profundamente religiosa, tendrá presente durante toda la vida su condición de sacerdote, incluso en aquellos momentos de la existencia en que las presiones humanas son tan complejas y lancinantes que pueden llegar a quebrar las voluntades más firmes.

Como el grano de mostaza, impulsado por una forjada cognición intelectual y la inexpugnable vocación de servicio que siempre lo ha caracterizado, consiguió convertir la modesta entidad bancaria, que le había sido legada por su condición de canónigo penitenciario de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba, en una de las más acreditadas e influyentes empresas financieras de España. Para ello hubo de renunciar a una brillante carrera universitaria y, por idéntico mandato, a declinar las propuestas de puestos relevantes en la jerarquía eclesiástica, lo que aceptó con asumida obsecuencia.

En la Transición

En el controvertido contexto de la transición española, Miguel Castillejo Gorraiz ha sido motor capital del desarrollo socioeconómico y cultural no solo de Córdoba y Andalucía sino de muy diferentes regiones de la geografía española (Madrid, Extremadura, Cataluña), sin olvidar las conexiones con el norte africano y las relaciones de hermandad con Hispanoamérica. Pero los objetivos se alcanzan si entendimiento y voluntad llegan a adecuarse para actuar con acordada disposición de servicio, armonizando fortaleza y don de gentes, sabiendo discernir con coherencia los límites entre la conciencia personal y la responsabilidad colectiva.

Estas premisas no se convocan fácilmente en una misma naturaleza ni se originan espontáneamente. Requieren un privativo talento y un denuedo infatigable cuya virtud no está conferida a todos los hombres. Miguel Castillejo es mucho más que un empresario, aunque esta circunstancia haya marcado su capital influjo. En un momento histórico en que la economía se constituye en el baremo de todo lo mesurable, Castillejo adquirirá una dimensión extraordinaria, tachonada por la premisa sanjuanista de que «solo en amar es mi servicio». Porque lo esencial no es tan invisible a los ojos. Lo esencial es la capacidad de trabajo de un hombre consagrado a la labor apostólica, con un pertinaz arrojo para obtener lo que se propone y una convicción marcada por el favor que, según sus propias palabras, no provenía de ninguna atribución terrena.

«Tenía un pertinaz arrojo para obtener lo que se proponía»

Esta fe proactiva y dócil a la voluntad divina signó todas las actuaciones de un hombre que aunaba en un mismo registro su condición sagrada y su gestión financiera, permitiendo que una y otra interactuaran solidariamente para mostrarnos la cara más humana de la economía en el siempre polémico espacio que enfrenta el elitista mundo de las altas finanzas y la dolorosa realidad de las ominosas carencias. En este difícil equilibrio, la actitud de denodado servicio y firmeza insobornable de Miguel Castillejo no admite réplica. No hay probablemente en Córdoba una sola familia que no hay sentido positivamente su presencia: «Que cualquier cordobés mire a su alrededor: no dejará de ver un rastro, un gesto, un aura, una generosidad de Miguel Castillejo», afirmará Antonio Gala, palabras que no son más que un eco del clamor de Córdoba. Y cuando la edad y el statu quo se aliaron para avisarle de que era el momento de quedarse en la retaguardia, Miguel Castillejo seguirá siendo, al frente de la Fundación que lleva sus nombre, artífice e impulsor de un proyecto humanista y social de auxilio y servicio en pro de todos los colectivos radicados en Córdoba.

Porque Miguel Castillejo , quien —no olvidemos nunca— presidía la corporación financiera más consolidada en el ranking de Córdoba y de Andalucía, tuvo que enfrentarse a situaciones, fuera y dentro, ciertamente complejas. Solo su sólida fe religiosa y su brillante formación universitaria, orladas de probadas facultades, infatigable energía y decidida vocación de servicio elevaron al más alto nivel una institución humilde, ligada a la doctrina social de la Iglesia y convertida por su ánimo férreo en un vigoroso organismo ético generador de empleo, progreso, cultura y esperanza.

«Él pudo y, sobre todo, quiso. Las palabras que forjan los mitos sobran ante los hechos»

De esta verdad serán singularmente testigos todos los estamentos religiosos y civiles de Córdoba y provincia: Real Academia, Universidad, Obispado, Federación de Peñas, Asociación de Hermandades y Cofradías , pequeñas y medianas empresas, centros hospitalarios, asociaciones humanitarias, ateneos y círculos culturales, agrupaciones deportivas, centros de la mujer, todo el heterogéneo ámbito de actuaciones que engloba a la sociedad cordobesa, deudora imperecedera de una entidad, como CajaSur, patrimonial y comprometida. Porque el tiempo devora el tiempo, como afirma Eliot, sería imposible trazar en escasas líneas las claves de tan poliédrico ejercicio, que podrían resumirse en cuatro ejes esenciales: el económico, el religioso, el intelectual humanista y el de mecenazgo. Porque no basta poder sino querer. Él pudo y, sobre todo, quiso. Las palabras que forjan los mitos sobran cuando los hechos son más que demostrativos de la irrefutable realidad, que evidencia sin mácula la tenacidad de Miguel Castillejo y su inexpugnable sueño de construir una sociedad humanista donde el progreso, la salud, la educación y la cultura fueran cimientos de futuro.

Nadie como él me ha enseñado tanto y tan bueno. Todo lo que he aprendido a su lado ha sido enriquecedor y benéfico. He seguido sus pasos viendo cómo se dejaba la piel en cada situación concreta; sirviendo de conciliador, de interlocutor y de gestor válido; solucionando problemas, positivo y firme; tratando a cada uno con justa equidad; tan fértil en el aura de las catedrales como en el entorno humilde de una ermita; tan recio frente a los poderosos como cercano con los humildes.

Un ardiente carácter

En todo ponía su ardiente carácter, sin importarle que hubiera diez o diez mil personas escuchándolo, con la misma pasión de ser en todo lo que acometía y no siempre lograba. Pero también en esta tesitura se mostraba valiente y sereno, lo que me ha permitido establecer muchas veces la medida exacta de las realidades, la ciencia del amor cuya medida es amar sin medida, parafraseando las palabras ardientes de San Agustín y convirtiéndolas en certero epitafio de quien sabemos que ha sido primum inter pares. Córdoba . Jamás se rindió ante la adversidad; es más, se crecía con renovada fuerza hasta donde interpretaba que era posible alcanzar un bien, sin obstinarse en lograrlo a toda costa, sabiendo ceder cuando la razón lo demandaba, incluso sobre la emoción que lo llevaba a capitanear acciones generosas, donde nunca dudó en ofrendar su vocación e inteligencia al servicio de la salud del alma y las necesidades de los hombres: hombres y mujeres que sabían —y saben— hasta dónde era capaz de ser generoso en su firmeza, de ser firme en su generosidad.

Como todo gran hombre, tuvo que dejar detrás la insatisfacción de aquellos que pensaban que era fácil doblegar su voluntad. Como todo gran hombre, sublimó sus ambiciones más íntimas en favor de una acción ecuménica mucho más sublime. No volveremos a escucharlo defendiendo los dones de la literatura y la música, postulando los valores de una sociedad forjada en el conocimiento y la unidad de las ciencias, enarbolando la enseña incontrovertible del humanismo cristiano; pero siempre estará con nosotros, con aquellos que, depurada la barbarie de los intereses creados y las fobias viscerales, sabemos que Miguel Castillejo es y será siempre irremplazable, una personalidad irrepetible en la noble historia de Córdoba.

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