RAFAEL AGUILAR - EL NORTE DEL SUR
El fin de la historia
Fukuyama, o Fukushim, estaba bien equivocado: en su teoría del final de la Historia se olvidó de Córdoba
Quiso decir Fukushima, cierto es, pero dijo Fukuyama. Un lapsus, un error, una confusión. Que levante la mano a quien no le haya pasado nunca. Quien habla o escribe a diario en público se expone a estas cosas: a tratar de empezar a pronunciar o escribir una palabra y a darse cuenta antes de acabarla de que se está metiendo en un jardín. De bonsáis, dada la situación. Así que lo de menos es que el primer teniente de alcalde, Pedro García , diera el otro día el apellido del autor que certificó a principio de los años noventa del siglo pasado el fin de la Historia en vez del de la central nuclear de Fukushima en Japón, porque lo que carece de sentido común es poner a estas instalaciones del país nipón al mismo nivel que a la factoría de Cosmos . Hemos descubierto, señoras y señores, que el cemento tiene efectos radiactivos evidentes . Y que nadie se alarme. No entendemos entonces qué hace la autoridad municipal con cositas melindrosas tales como cambiar por la procelosa vía administrativa el Plan General de Ordenación Urbana . Yo soy un vecino de Fátima, un empresario de Chinales y hasta un estudiante que prepara una tesis doctoral en Rabanales y escucho al presidente de Urbanismo con sus referencias catastrofistas y de lo que me dan ganas es de plantarme en el cuartel de la Brigada y pedirle al general de la plaza que sitie la fábrica en cuestión, desaloje a los trabajadores y deje aquello hecho un solar.
Si algo hemos comprobado en esta ciudad es lo equivocado que estaba Fukuyama , o Fukushima . Este hombre vio que la Unión Soviética se desvanecía y llegó a la conclusión de que el cuento no daba más de sí, de que lo que restaba hasta el fin de los días era una repetición de un relato que ya estaba escrito. Error. Se olvidaba de Córdoba.
Al « Califato Rojo » le quedaba mucho por decir cuando su libro era de lectura obligada en las universidades de medio mundo. Anguita ya se encontraba entonces de vuelta, o casi, el rosismo estaba saliendo del capullo en los pasillos del Congreso y en los platós de televisión, y el hoy número dos del cogobierno hacía sus estudios y se preparaba para el futuro. Ahora es el que manda . El que agita la bandera de una causa que en su día quizás fue bella y esperanzadora pero que hoy está perdida -y él lo sabe- y que lo hace además con el brío de quien no se deja doblegar, de quien se empeña en aferrarse a las pocas oportunidades que le deparan las circunstancias y de no darse por vencido ante la evidencia de que la batalla solo le reportará más bajas y más sinsabores.
A Pedro le honran su entereza y esa manera que tiene de creerse o de dar la impresión de que se cree que habrá un día en el que se levante y serán él y los suyos los que manejen el cotarro. Por lo pronto lleva seis meses paseándose por el Ayuntamiento como el amo del invento. A este hombre con nobles sueños de estadista no es mucho pedirle que piense dos veces lo que dice.