Rafael Ruiz - Crónicas de Pegoland

Los héroes del callejón

Pobres míos, asistiendo de gañote a un espectáculo de maltrato animal cada mes de mayo sin faltar uno

ALLÍ estaban ellos. Cada año, cada mes de mayo. Ocupando su sitio en el callejón tras los puestos reservados a las autoridades o en los mejores lugares del tendido. De gañote, por supuesto. Agasajando a sus invitados con el puro y el lugar preferente. No iban a ver corridas, qué va. Eso no ha pasado. Estaban vigilando que el nivel de maltrato animal estuviese dentro de los límites de lo tolerable gracias al presupuesto público, por supuesto. Iban a pegarse el pelotazo de ginebra azulada y a echar un rato por amor al cargo, por obligación cívica. Lo suyo era una conciencia medioambiental que te cagas, porque es indispensable un tratamiento ético a los animales.

Entonces, en aquellos tiempos, los toros subvencionados no eran un problema aunque ahora disimulen, silben y miren a la vía. Y aquellas personas se ve que ya no están en la vida pública. Al menos, no se les escucha. Ellos nunca estuvieron allí. Tan doctrinalmente de izquierdas. Tan socialmente responsables. ¿A los toros, dice? Sería uno que se le parecía un montón. De todo el arco político, luciendo palmito en feria, como uno más del pueblo llano.

A aquellos toros no se les torturaba y mataba. Se daban besos y abrazos. Como corresponde a esta época de política de buenas intenciones, de irreprochables argumentos. Y a los toreros no se les daban premios pagados por la institución. O la propia alcaldesa, entonces delegada del Gobierno, nombraba a los presidentes de las plazas de toros de Córdoba -de acuerdo a sus legítimas competencias- con un enorme cargo de conciencia. Me imagino a la pobre mujer pensando en dimitir en vez de autorizar el festejo como Salmerón dejó la presidencia de la República para no firmar unas sentencias de muerte. «Es una indiscutible manifestación cultural y una actividad que genera riqueza económica y medioambiental», dijo la del voto de calidad sobre el maltrato animal cuando anunció la inversión de la Junta de Andalucía en la plaza de Priego de Córdoba. La Junta apoya esta actividad (o sea, matar toros), dijo entonces la ahora alcaldesa, en un discurso que podría comprarle José Luis Moreno.

Personalmente, no estoy de acuerdo en las subvenciones al ocio. De ninguna clase. Sencillamente, quien quiera divertirse, que se lo pague si puede. Tanto el que desea ver una corrida como el que disfruta, es un decir, de una peli francesa en la Filmoteca. Como sé que eso es inviable, a lo único que aspiro es a cierta coherencia intelectual entre las cosas que ocurren y las decisiones que se adoptan. La política se ha convertido en una actividad ejercida por catequistas progres que ponen voz meliflua y se colocan de perfil cuando las cosas se ponen reguleras. Ellos nunca firmaron nada, ni dijeron nada, ni estuvieron en ningún sitio.

Córdoba, ciudad libre de circos. Que sí, hombre, que sí.

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