Aristóteles Moreno - PERDONEN LAS MOLESTIAS

Hágase la luz

La voluntad de un grupo de médicos ha devuelto la vista a un niño negro ébano. Ojalá alguien algún día cure la ceguera de Europa

Fernando es un niño negro ébano . Tiene unos ojos gigantescos de un azul profundo como de mar adentro. Hasta antes de ayer, sus ojos miraban pero no veían . Que no es exactamente lo mismo. Nació con sus pupilas turbias. Veladas por una enfermedad congénita, que los especialistas han descrito como distrofia corneal . «Sólo podía ver una luz ininteligible», ha dicho poéticamente el oftalmólogo que ha operado el milagro.

Porque la medicina es un milagro . El verdadero milagro de la ciencia y el conocimiento. Esa capacidad prodigiosa del ser humano de reparar los desarreglos de la naturaleza. Cuando la vida se tuerce y todo se tiñe de color negro tizón, hay un señor con bata blanca para darte una segunda oportunidad.

Fernando Siafa nació en Guinea Ecuatorial hace siete años. Y debido a ese simple accidente cósmico su vida estaba condenada a la ceguera hasta el final de sus días. Eso es lo que distingue nacer en unas coordenadas geográficas determinadas y no en otras. Las de Fernando son 2 00 N / 10 00 E. Es decir: Guinea Ecuatorial. Y en ese punto exacto del globo terráqueo, los chavales que nacen con una alteración severa de la córnea , como es su caso, nunca más verán la luz. Y la que ven es una luz ininteligible, que es una forma de tortura mayor si cabe. Los niños ciegos , además, padecen un doble castigo. El de la negación de un órgano vital y el de la exclusión de su comunidad.

El segundo milagro de esta historia se produjo cuando un equipo médico de Córdoba diagnosticó su enfermedad. Y eso es un milagro asombroso. Teniendo en cuenta que África es un continente inabarcable donde el paludismo y la malaria se llevan por delante la vida de cientos de miles de niños cada año ante la más absoluta desolación . Por eso, es un hecho casi sobrenatural que un médico se cruce en el camino de un niño sentenciado perpetuamente al ostracismo.

Los milagros, en este mundo, no caen del cielo. Descienden de la voluntad cierta de personas concretas. Por ejemplo, de la generosidad de un e quipo de oftalmólogos de la Fundación La Arruzafa . Hablamos de una voluntad sin retorno. Sin contraprestación económica. Por el simple absurdo de ayudar a niños desamparados en el continente más desgraciado del planeta. Una voluntad, en fin, que dinamita la lógica de un mundo cifrado en dividendos y plusvalías.

Pues bien. Estas criaturas como de otro mundo le diagnosticaron a Fernando hace un año la enfermedad ocular que acabamos de indicarle algunos párrafos más arriba. Entonces, le aplicaron el protocolo de evacuación prescrito en estos casos. Suponemos que Fernando no tuvo que atravesar el desierto para alcanzar Europa. Ni incrustarse en el motor de un tráiler o acomodarse en alguno de los cascarones infames que naufragan en el cementerio de agua y sal en que se ha convertido el Mediterráneo.

Llegó a Córdoba y eso es lo importante. Atravesó unas cuantas coordenadas geográficas y el doctor Villarrubia pudo intervenir sus ojos azules con los instrumentos milagrosos de los que millones de niños carecen en medio planeta. Los resultados han sido espectaculares , aseguran los médicos. Eso quiere decir, según entendemos, que Fernando empezará a vislumbrar luz inteligible al otro lado de su oscuridad.

La generosa voluntad de un grupo de oftalmólogos ha devuelto la vista a un niño negro ébano de siete años. Ojalá alguien algún día cure la ceguera de nuestras acomodadas instituciones europeas.

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