EL NORTE DEL SUR

Guía de perplejos

Reina la sensación de no entender nada, la punzada de una cierta culpa por no haber sabido alejarse del precipicio

Rafael Aguilar

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MIEDO, rabia, impotencia. La sensación de no entender nada, la punzada inexplicable de una cierta culpa y de una torpeza aguda y ciega por no haberse, o habernos mejor dicho, dado cuenta o de lo que estaba fraguándose durante décadas y la desazón por no haber sabido hacer nada o apenas nada para evitarlo y constatar ahora, cuando ya no hay remedio, que todo ha acabado por estallarnos en las manos. La perplejidad de que en un país como éste —avanzado, próspero a pesar de sus fisuras, con proyección internacional, con empuje, con sus traumas y sus heridas que parecían suturadas— suceda lo que está sucediendo. O lo que va a suceder, que no sabe uno qué es peor. Las miradas entre perdidas y de sorpresa en la calle, los silencios en las paradas de autobús de Sagunto a la plaza de Colón, las barras de los bares del Realejo y de Claudio Marcelo con los clientes girados como autómatas hacia las pantallas de televisión elevadas en los rincones como el día que mataron a Kennedy, como el que el padre del Rey juró su cargo en las Cortes, como el que se casaron Carlos y Diana, como el que se estrellaron los aviones en las Torres Gemelas de Nueva York.

La preocupación de la gente sencilla que sabe cuatro letras de Derecho Constitucional pero bastante o mucho de la vida. «¿Y ahora qué pasa con los primos de Puente Genil que se fueron antes de que se muriera Franco a Barcelona, porque ellos volvieron al pueblo hace cinco años cuando se jubilaron pero sus hijos siguen allí y tienen sus familias ya formadas y los muchachos ya grandes?», se preguntan. «¿Y entonces aquí a partir de ahora cada cual puede hacer lo que venga en gana: si estos se independizan con menos papeles que una liebre nosotros podemos hacer lo que nos venga en gana cuando nos parezca, no?», añaden.

Las ganas de todo menos de seguir viendo esta lenta agonía de lo que tenía la apariencia de ser de una pieza, frágil por momentos, de acuerdo, zarandeado a veces pero bien entero como para aguantar hasta que el tiempo diera muestras de que había llegado el momento de revisarlo de arriba a abajo. Un país que hasta ayer, como quien dice, era un cierto ejemplo de concordia y un cierto modelo económico y que pone un pie en el precipicio y que siente el vértigo de despeñarse hacia las rocas y de no saber lo que va a pasar. No es solo Cataluña la que está fracturada, sino España entera la que tiene el alma en vilo en espera de la consumación del desastre y de la vergüenza de contemplar atónitos cómo el mundo entero nos señala, quizás, como un ejemplo de autoliquidación. Quién fue el que dijo que España era la nación más fuerte del mundo porque llevaba siglos intentado destruirse y no lo había conseguido, ah sí, Bismarck. Pues como nadie lo enmiende esa sentencia va a dejar de ser un lugar común en artículos como éste.

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