HISTORIA
El gran enigma de Al Ándalus: ¿dónde están enterrados los califas de Córdoba?
Los diferentes estudios de los siglos XIX y XX no han logrado hallar aún pruebas concluyentes sobre la ubicación de la «rauda»
El historiador argelino del siglo XVI Ahmed Mohamed Al-Maqqari recuperó un pasaje del cronista cordobés del siglo XI Ibn Hayyan en el que éste relataba la visita que el rey depuesto de León Ordoño IV realizó a Córdoba en el año 962. Vino el monarca leonés por estas latitudes en huida y derrota para solicitar ayuda al califa Alhaken II con el fin de recuperar su trono, que le había usurpado su primo, Sancho I. Contaba Al-Maqqari que al pasar por lo que entonces era el Alcazár Califal , situado justo al lado de la Mezquita, el rey leonés preguntó por los restos de Abderramán III , por lo que fue conducido al panteón o «rawda» de los califas, que estaba situado en los jardines interiores del Alcázar. Ordoño se quitó allí su gorro, según explica gráficamente el cronista, y rezó solemne en silencio durante unos minutos como gesto de respeto al gran califa, que había fallecido el año anterior.
También quizá como fórmula de agradar a los musulmanes que lo acompañaban en su comitiva y de los que dependía para recuperar un trono que finalmente nunca volvió a ocupar. Ordoño murió en Córdoba -según cuentan las crónicas al año siguiente- aunque luego sus restos fueron devueltos a su reino y descansan en la histórica iglesia de San Salvador de Palat del Rey.
De este testimonio nace la confirmación bibliográfica de que el Califato cordobés tuvo su panteón dinástico, conocido en árabe como «rawda» o rauda en castellano, algo lógico pues también los hubo en la época en otras grandes ciudades de Al Ándalus . Lo singular en el caso cordobés es que nunca hasta la fecha han aparecido restos arqueológicos que confirmen el emplazamiento exacto que tuvo esta necrópolis regia, y eso a pesar de que han existido esfuerzos importantes por parte de arqueólogos de primer nivel en diferentes momentos del siglo XX, que lo más a lo que han podido llegar por ahora es a acotar un espacio como hipótesis probable de la ubicación de la rauda. Por ello, el del panteón de los califas cordobeses sigue siendo un misterio por descubrir, uno de esos enigmas que dejó la brillante civilización de Al Ándalus.
El plano hipotético
El estudio más importante hasta la fecha sobre este misterio andalusí es el que publicó en 2006 el arqueólogo Alberto J. Montejo, experto en la Córdoba califal . Años antes, el propio Montejo, junto a otros especialistas como José Antonio Garriguet y Ana María Zamorano, ya habían estudiado en base a textos y hallazgos arqueológicos el Alcázar de los Reyes Cristianos, para el que habían propuesto una hipótesis sobre el perímetro del recinto. El dibujo que hacían marcaba un amplio entorno para este gran palacio, que abarcaba parte de la actual calle Torrijos , la calle Amador de los Ríos en su totalidad y, en su zona trasera, parte de Doctor Fleming y parte también de la calle Caballerizas Reales y del actual Alcázar de los Reyes Cristianos. Según su propuesta, la zona más cercana a la Mezquita y al Triunfo de San Rafael habría sido la zona residencial y de representación, la parte intermedia los jardines y la zona más situada al Este los Baños Califales, que aún se conservan restaurados, y el Alcázar musulmán, sobre el que luego se erigiría la actual fortaleza cristiana. Aparecían también en este planteamiento las diferentes puertas de acceso, como la Puerta de la Azuda (Bad al Sudda) o la Puerta de los Jardines (Bah al Yinnan).
Tal trabajo contaba como antecedente con la excavación que en 1962 realizó en los jardines del Palacio Episcopal , ubicado sobre parte del viejo Alcázar, Rafael Castejón, delegado provincial del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas, con apoyo del arquitecto Félix Hernández . Lo que hicieron ellos entonces fue una cata de cuatro metros por cuatro. La búsqueda resultó infructuosa, pero aun así le valió a Montejo y a sus compañeros para elaborar su primera hipótesis sobre la distribución del palacio califal. Las investigaciones siguieron sin embargo, de tal modo que en el año 2006 el propio Montejo publicó en los «Anales de la Arqueología cordobesa» un magnífico y pormenorizado artículo en el que añadía nuevos datos.
En concreto, el estudio de las piezas que habían aparecido durante el siglo XIX en las obras de ampliación de lo que es hoy el Seminario Conciliar de San Pelagio y que fueron donadas en 1868 al Museo Arqueológico Nacional, recién creado por entonces y que estaba dirigido por José Amador de los Ríos , excolegial del propio seminario y muy vinculado con Córdoba. A pesar de su importancia, no habían sido estudiadas hasta esa fecha. El estudio de estos vestigios no hizo sino ratificar a Montejo en su hipótesis anterior sobre el panteón dinástico, que se basaba también en el recorrido que hizo Ordoño IV , pues las crónicas cuentan que preguntó por el panteón cuando lo circundaba por su zona Sur, en concreto entre la Puerta de la Azuda y de los Jardines. ¿Y cuál era ese planteamiento? Pues que la rauda califal estuvo en la zona ajardinada del viejo Alcázar, algo razonable si se atiende a que la propia palabra «rawda» significa jardín.
Este espacio lo ubican en la zona Sur del complejo palatino , en su Mediodía geográfico, y más específicamente en los terrenos del Seminario San Pelagio. Explica Montejo al respecto que la evaluación del conjunto de piezas aparecido en la ampliación del Seminario les mostró «claramente un ambiente edificatorio de carácter áulico, como no podía ser de otra manera, y que viene a confirmar la hipótesis que expusimos en su día sobre la extensión del Alcázar de Córdoba por Mediodía y, por añadidura, lo acertado de la propuesta de la rauda». Aun así, recalcaba el arqueólogo que «es necesario proseguir la investigación de este complejo palatino, pues siguen siendo más numerosas las preguntas que las respuestas».
El enigma de la tumba de los emires y califas cordobeses persiste por tanto, aunque lo que la propuesta más solida hasta la fecha induce a pensar que cada vez que pasamos por la calle Amador de los Ríos estamos justo al lado del lugar en el que descansaron los restos de la dinastía Omeya y quizá de personajes tan interesantes y ya novelados como Subh, la esclava de origen norteño que fue favorita de Alhakén II y madre de Hisham II. O sea, que fue aquel el lugar en el que el triste Ordoño IV se quitó el gorro solemne sin saber que su sueño de recuperar su trono en León ya nunca sería posible. Su gesto sin embargo es el denotante de que hoy, más de mil años después, podamos cuando menos tener una noción del lugar de una rauda que, mientras no aparezcan vestigios más evidentes, seguirá siendo uno de los grandes misterios de Al Ándalus. De la brillante Qurtuba. De aquella civilización rutilante que aún hoy aparece envuelta entre brumas e incógnitas .
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