PATIOS DE CÓRDOBA 2020

Gotas de un mayo incompleto sobre el chino cordobés de San Juan de Palomares

El emblemático número 11, propiedad municipal, mantiene su vigor estético a pesar de la clausura y su vecino del 8 no pierde su resonancia latina

El único inquilino del 11 de San Juan de Palomares, sede de la Asociación Claveles y Gitanillas FOTO Y VÍDEO: ÁLVARO CARMONA

Rafael Aguilar

LLUEVE a rachas sobre los patios vacíos. En la calle Montero, camino de San Juan de Palomares , vienen a la mente las quejas que con razón suelen hacer los dueños de las casas que abren las casas cuando cae agua y si no media una pandemia. «Señores, cuidado con los paraguas, que dañan las macetas, y está uno todo el año cuidándolas para que ahora con un porrazo me las eche usted abajo», habrá escuchado cualquiera que sea aficionado a la manifestación popular reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Pero esta mañana no hay cubos en los zaguanes para que los visitantes dejen el parasol. En la casa que compró la empresa municipal de vivienda ( Vimcorsa ) en 2009 en el número 11 de San Juan de Palomares solo vive un inquilino, que se duele de la tristeza por que la fiesta no se pueda consumar y que deja a los periodistas que tomen imágenes con el aviso de aquello no está ni la mitad de lucido que en condiciones normales. El lugar no es cualquiera, porque en él tiene su sede la Asociación Claveles y Gitanillas , que es una de las dos principales de la ciudad que agrupa a los dueños de los inmuebles populares —la restante es la Asociación de Amigos de los Patios y está enclavada en San Basilio .

Las mejores raíces

La memoria del aficionado al certamen que el coronavirus ha arruinado sabe reconocer que el número 11 de San Juan de Palomares, a un paso de la plaza de San Juan de Letrán , la autenticidad de la casa. No solo es la arquitectura, el añil y la cal lo que recuerdan que el espacio sea singular y que bebe de las mejores raíces, sino que la propia historia de la tradición de mayo acreditan su originalidad: el inmueble ya estaba presente en la segunda edición del certamen de patios cordobeses en 1933 y entonces aún era una casa de vecinos, de varios vecinos, que combinaban la intimidad de sus cuartos y de sus habitaciones con la convivencia en el zona descubierta en la que se encontraban los aseos, las cocinas y los lavaderos.

«A este patio no se accede mediante un zaguán, sino que se comunica directamente con la calle. La casa se compone de dos niveles y para conectarlos a ambos se utiliza una escalera exterior de tramo recto, uno de los elementos tradicionales del patio cordobés, y también es típico su pavimento de bolos, muy abundante en las calles de la Judería . En su centro se halla una enorme palmera en cuyo tronco se suelen colgar numerosas macetas de flores que adornan con su colorido este antiguo patio», afirman los manuales de la fiesta sobre el inmueble, que es uno de los más laureados del mayo cordobés.

El propietario del 8 de San Juan de Palomares, en el taller anexo al patio ÁLVARO CARMONA

Quizás sin el esplendor o sin la fama del Alcázar Viejo , el barrio de San Lorenzo, en el que está incrustado San Juan de Palomares, representa como pocos sitios de la ciudad cómo la vida modesta del primer tercio del siglo XX ha acabado convirtiéndose en una pieza de museo. No son pocos los que aún recuerdan en el lugar la huella que dejó Carmen Montilla, la vecina de la calle Trueque , a la espalda de la parroquia en la que tiene se su sede la cofradía de Ánimas. «El Ayuntamiento de Córdoba le dio los honores que merecía al final de su vida, y el patio que ella llevaba en el corazón es uno de los estandartes de la ciudad y uno de los sitios en los que se puede aprender de dónde viene toda esta tradición», afirma a pie de calle Sonsoles Garzón, que va a llevarle comida a su madre anciana en una de las estrechas bocacalles que van a desembocar en María Auxiliadora. «Mi madre conoció a Carmen, la Montilla le decía en plan cariñoso, y cuando enviudó encontró en esa mujer el consuelo y la amistad que necesitaba: iba a cada tarde a verla, a veces arreglaban juntas las macetas, el patio era la salvación para los momentos difíciles que ambas pasaban, porque en él mataban la soledad», añade la mujer.

«Soy aficionado a los fósiles y a la arqueología y de todo eso hay en mi patio»

A la vuelta de la esquina se encuentra el número 8 de San Juan de Palomares, que si bien no cuenta con un palmarés tan poblado de premios como el de su vecino sí que puede presumir de ejemplificar cómo un profesional de las artes trabaja y reside con su familia en una casa que reúne todos los condicionantes estéticos para dar lo mejor de sí en cuanto mayo despunta. El propietario de la vivienda de resonancias latinas es Gabriel Castillo, un restaurador de obras de arte que se afana en el cuidado de una pieza religiosa cuando la mañana está mediando. «Soy aficionado a los fósiles, a la arqueología, y de todo eso hay en mi patio, claro que sí, que es que es una pena que no hayamos podido montarlo pero lo que no puede ser no puede ser», indica el propietario, que se precia de ser el cuidador del árbol del pacífico más ilustre de los que se pueden ver en la ciudad. «Esto lo lleva uno como puede. Pero no hay otra. Te entretienes subiendo y bajando macetas de la azotea. Y recuerdas los premios que te han dado, entre ellos el que otorga ABC por votación popular», apostilla el hombre.

Detalle de la casa número 8 de San Juan de Palomares ÁLVARP CARMONA

Esta antigua casa de vecinos restaurada marca el límite de la calle con un zaguán menudo: más allá de la entrada un arco de medio punto da el acceso a una escalera lateral que comunica la planta baja con los cuerpos superiores. De planta rectangular y con chino cordobés, uno de sus elementos característicos es una pila sobre la que los de quienes la miran pueden observar también un relieve del Arcángel San Rafael .

La suspensión del certamen por el riesgo de contagio del Covid-19 es una «fuerza mayor» que el dueño del número 8 de San Juan de Palomares no discute, sino que acata con la resignación que es común al resto de los titulares de estas estancias tan singulares. Cuestión aparte es que comparta el optimismo de otros propietarios sobre la fiesta se pueda recuperar antes de que acabe el año. «Sinceramente no lo veo: cuando los patios lucen es durante el mes de mayo. Si quieren montarlo en octubre o en Navidad , como he escuchado también, puede ser una idea para que salvemos la subvención, porque esto cuesta tiempo, dinero y esfuerzo montarlo, pero la verdad es puede ser una idea equivocada», resume el restaurador antes de afanarse de nuevo en resucitar a una pieza de arte sacro .

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