PRETÉRITO IMPERFECTO
González
El señor Carlos González siempre fue más alto, más guapo y más sabido que todos los demás
TANTA gloria lleve, como paz deje. Sin menoscabo de que los nuevos habitantes del Córdoba CF puedan elevar su legado, dejémosles el beneficio de la duda un tiempo por mucho que la pulsión de mirar hemerotecas y Google nos pinte un panorama nublado. Respiremos en esta transición de setenta y ocho meses en los que a punto estuvo de no volver a crecer la hierba del cordobesismo. De que no saliera el sol por El Arenal. De generar apostasía en los más fieles blanquiverdes —que ya es difícil—. De batir el récord de manifestaciones en la ciudad. De ponernos de acuerdo a todos y cada uno de los cordobeses en algo por una vez. Y de no conocer límite la humillación ni la desvergüenza.
Saquemos nuestros aposentos pueblerinos al zaguán para despedir al señor Carlos González, que siempre fue más alto, más guapo, más sabido que los demás y los cincuenta y cinco años de historia que halló al toparse con una ganga. Un club de rictus pálido en el momento justo del sepelio y con las circunstancias legales y de gestión más favorables que jamás han existido en el fútbol. Puente de plata a quien «inventó» el Córdoba CF moderno, con videomarcadores y coches de regalo. Nos llevó a la vida eterna de la Liga de las Estrellas para acabar estrellado y nos deja en el precipicio del averno como en un viaje por una montaña rusa sin frenos. Pura vida.
No hay que retratar al personaje, pues ha sido tan hábil y generoso de hacerlo por sí mismo durante seis años y medio, como quien desmonta con esmero una cebolla. Puede que aquellos que han hecho muy buenas migas con él este tiempo —no se lo creerán, pero existen, aunque ahora se despisten al escuchar su nombre—, aporten un rosario de virtudes que nuestra miopía y rareza hayan sido incapaces de reconocer. Como a él le hubiera gustado, realmente, y no se ha producido. Porque lo de «jeque» le ponía «in máxime». Desde aquellos madrugones por las solitarias calles de Córdoba en los que ya contrastaba su carisma con el samaritano taxista que te baja la carrera como quien escucha junto al diván..., hasta esas lecciones de periodismo que se quedaron, desgraciadamente, en la puerta del juzgado el día en que dejó de llamarnos o enviarnos a sus esbirros para darnos los buenos días y mandarnos rosas rojas como en «Desayuno con diamantes».
Pero vayamos al nudo gordiano de su buen hacer: la gran gesta empresarial que se estudiará en las escuelas de negocios las próximas décadas. El apartado más destacado de este mandatario que nunca nos merecimos y al que sacrificamos en ese afán tan cordobés de no querer que nadie triunfe por encima de nuestro hombro. Transcurrido este tiempo, convendremos en que ha sido un mal empresario. Nefasto, apostillaría. Incapaz de empatizar con su clientela, fidelizarla, abrir mercado, reforzar marca y crear una sostenibilidad crucial en los tiempos que corren con algo tan sencillo como el sentimentalismo del fútbol, lo más importante de lo menos importante. Con la oportunidad que le brindaron las Islas Afortunadas y el horizonte que hoy vemos que otros clubes en similares circunstancias han sabido labrarse, es incomprensible como este adelantado a su tiempo no fue capaz de ser el «Rey del Mambo» a poco que hubiera sabido vender bien su negocio. No intentar ganar mucho dinero rápido y fácil a costa de los propios principios de cualquier empresa. Los oportunistas arriesgan poco, aunque se jueguen mucho. Sin raíces, sin vocación, sin conocimiento del entorno, sin largo plazo, sin sentido. Como aquellos que hicieron caja en el ladrillo y se metieron a criar cerdos y vender malos jamones, al Córdoba se le cruzó un okupa del fútbol, como tantos otros han proliferado en este tiempo de la caja televisiva. Porque a medida que el fútbol se va alejando de su esencia, es ya como otro negocio cualquiera. Aunque siguen contando los sentimientos.