Rafael González - La cera que arde
El golf
Se da uno la vuelta y le plantan la modernidad en Córdoba
ME he ausentado un poco de nuestra madre tierra y a la vuelta me encuentro una playa y un campo de golf. Así, sin anestesia ni comisiones mixtas paritarias. Bien es cierto que lo del proyecto de playa es eso, un proyecto, lo cual, traducido al cordobés significa que es algo que no se va a hacer pero por lo que habrá algunos camaradas que cobren. Donde digo camaradas pueden poner compadres, afiliados, técnicos, periodistas o incluso toreros. Podíamos ampliar la lista o pasarla por el tamiz de lo eufemístico, porque los periodistas suelen convertirse en responsables de comunicación, jefes de campaña o mamporreros ; los afiliados deben ser pata negra; los compadres, enteristas y los toreros básicamente no torear pero lucir cargo con elegancia y gomina.
Una vez establecido el perfil del cuerpo de profesionales que conforma todo proyecto cordobés , lista electoral o estrategia comunicativa debemos centrarnos en el tema: una playa en Córdoba. Y hasta aquí mi análisis del asunto, que se analiza por sí mismo además de haber sido reseñado por compañeros de rotativo mucho mejor que yo.
Llegados a este punto, lo que antaño fue el Fontanar ahora no tiene piscina -ni playa- pero sí va a albergar un campo de golf. Esto sí que me deja fuera de juego, porque el golf me parece un deporte dificilísimo. Una vez un colega me rescató de las horas bajas llevándome al campo de los Villares -magníficas instalaciones a la altura de las mejores internacionales- y las horas bajas se transformaron en frustración, no solo ya porque tengo menos «swing» que la cintura de Falete, sino porque no sé coger el palito. Prometo que eso es tela de difícil: uno de los cinco dedos de una mano debe enganchar con otro dedito de la otra mano, y a mí me sobraban dedos y me faltaba mano. Soy de letras, lo reconozco. Hay que poner las piernas como si estuvieras aguantando los efectos secundarios de haber ingerido siete medios calientes en la parcela, realizar un giro de cintura -que es una parte del cuerpo que existe, curiosamente- y elevar el palo a la altura de la nuca sin desnucar a tu compañero. Miras la pelotita y le das con el palo . En teoría. Tu cuerpo no está coordinado correctamente entre el sentido de la vista, el muscular de las extremidades y el propio cerebro, que te ordena darle a la bola, que considera que es un juego de niños, que se le antoja hasta divertido, pero que se transforma en una manera de matar a alguna mosca que se te ponga por delante, atizar la parte de atmósfera que te rodea o enviar el propio palo al putting Green. Porque esa es otra: el inglés del golf no se aprende en el Método Vaughan ni en la Británica. Es un inglés propio para definir sitios y objetos de un pequeño universo: el «driving range» puede ser cubierto o descubierto, por no hablar de que a Manolo se le llama «caddie», o del «down swing», o el «grip», que es como hay que colocar las manos.
Calculen ustedes los participantes del Primer Torneo de Golf Interpeñas Cordobesas cuando quieran agarrar el palo después del perol de fraternidad y busquen conseguir un buen «eagle». Menudo hándicap.