CULTURA

Ginés Liébana: «Es difícil que un grupo como Cántico de Córdoba vuelva a repetirse»

ABC entrevista al pintor afincado en Madrid en un encuentro marcado por la pérdida de Pablo García Baena

El artista, en su estudio de Madrid, situado junto al Bernabeu ISABEL PERMUY

FÉLIX RUIZ CARDADOR

APOLONIO Morales, 1. Inmediaciones del Bernabeu. Madrid. Allí se encuentra lo que se puede denominar como el templo de la religión liebanita, una especie de universo paralelo regido por las leyes de un hombre inclasificable, artista desde la misma cuna hasta estos gloriosos 97 años de hoy. Casi un siglo que Ginés Liébana Velasco (Torrendojimeno, 1921) contempla con lucidez y memoria extensa y juguetona. También con pasión, con ironía y, a ratos, con una dulzura muy suya.

Con la ligereza de un duendecillo elegante, con el espíritu alado de un hombre que fue libre en dictadura, y eso a pesar de que la sangre le corrió cerca, y libre también en democracia. Libre en París, libre en Río, libre en Roma. Incluso en Córdoba libre, en su Córdoba, esa que habitan los que él llama los «nostálgicos del paraíso». En mil sitios ha vivido Ginés, el pintor de los ángeles y de la fantasía, y eso es así porque en su vida hay muchas vidas. Juventudes que se han ido sucediendo. Cientos de cuadros, por supuesto, y varios amores, algunos públicos y otros velados. Un hijo, muchos amigos. Decenas de viajes, de libros, de anécdotas.

«'¿Cómo lleva usted la muerte de Pablo?' 'Pues se puede imaginar...'»

En ese estudio madrileño de Apolonio Morales se celebra esta entrevista, marcada por la reciente muerte de su queridísimo Pablo García Baena, alma hermana desde aquella infancia de calzón corto y ambiente de entreguerras. Ginés se sienta en la butaca en la que aún pinta a diario, bajo la luz solar que entra por una amplia claraboya y que parece un milagro después de una mañana madrileña de fríos del Guadarrama y lluvias afiladas. Viste el artista una bufanda naranja y unos magníficos botines verdes de brillantez charolada.

A Ginés Liébana le tira Córdoba. Así que pronto la conversación se dirige hacia ella, hacia la ciudad a la que llegó con seis años. La ciudad de Cántico, el grupo artístico del que él es hoy, tras la desaparición de García Baena, el último superviviente. «¿Cómo lleva la muerte de Pablo?», se le pregunta. Y él se encoge de hombros. Tuerce el gesto. «Pues se puede imaginar», explica el pintor cordobés.

Cuadros en un estante de la casa del pintor ISABEL PERMUY

Los recuerdos fluyen, se encadenan. Los recuerdos, por ejemplo, de cuando Pablo García Baena y él se conocieron «en el Liceo Góngora, con 11 años, en Primero de Bachillerato». «Yo me quedé impresionado con lo que él escribía…», explica. «Pablo llevaba sus poemas en un cuadernito y nos los enseñaba. Eran poemas romancistas, fantásticos, y yo se lo decía. En una carta a mi hermana, Pablo reconoce que sin ese apoyo quizá no hubiese publicado luego. Porque la indiferencia de Pablo era tremenda; sus silencios, qué silencios. Eso es muy cordobés», resume Liébana, que al funeral de García Baena envió tres rosas blancas envueltas en un periódico, un signo secreto acaso entre dos amigos de toda una vida, que resumían una amistad ancha e imperecedera.

«En Córdoba todo se oye: tiene buena acústica»

De los silencios de Pablo pasa Ginés a los silencios de Córdoba. «La ciudad con la mejor acústica de España», explica tajante. Según él, «ahí todo se oye». El artista considera además que eso no se ha llegado a perder por el cambio de la ciudad y que basta darse un paseo por el barrio de San Pedro. «Escuchar allí unos tacones de mujer…», dice evocador. Pero los elogios no se quedan ahí sino que aluden a la elegancia. «Cuando yo llegué a París en los años 50 me di cuenta de que los cordobeses eran mucho más elegantes que los parisinos», resume.

Córdoba también le duele a Ginés. «El desdén por el desván», que es como él ha bautizado la indiferencia cordobesa. «Se destruyen los monumentos y los palacios y nadie dice nada», explica. «En Córdoba hay nostalgia del paraíso, pero también algo destructivo». Aún con eso, Ginés se pierde maravillado en la descripción de las estrechas calles de la Córdoba antigua, en ese «zigzag de paredes encaladas», en la palmera o el ciprés que se adivinan detrás de la tapia.

Pinceles, lápices y rotuladores en la sala de trabajo de Ginés Liébana ISABEL PERMUY

El pintor y escritor considera que esa idiosincrasia de Córdoba fue el fundamento necesario para que ahí creasen tres poetas excepcionales: Pablo García Baena, Ricardo Molina y Juan Bernier, el eje fundamental de la revista «Cántico», del grupo poético y artístico que se generó en torno a ella. «Son tres autores tremendos, y es raro que vuelva a ocurrir otra vez algo así, tres escritores de ese nivel al mismo tiempo». Recita el pintor de memoria poemas de los que fueron sus compañeros y se extiende en elogios a Juan Bernier, cuya poesía acaba de releer. «Entrar en las cosas cuesta y yo he comprendido ahora, con la madurez de haber nacido en 1921, lo que era Juan, un poeta distinto a los demás, sin nada que ver con el 27». «Bernier era la grandeza, Wagner», agrega antes de recordar aquellos versos en los que dice «Señor, que haya más lujuria en el mundo». «Lo que él decía no lo había dicho nadie, ni Juan Ramón, que además cuando atacaba a los curas y a las monjas lo hacía de forma repugnante», explica.

«En Sandua aúlla el viento... Me quedé fascinado»

Estos elogios tan elevados a Bernier conducen a Liébana hacia el tercero de la sagrada trinidad poética de Cántico: Ricardo Molina. El poeta de Puente Genil le dedicó a Ginés su libro más famoso, las «Elegías de Sandua». «Yo ya vivía en Madrid y en una visita Córdoba quedé con Ricardo una mañana en una taberna de López Diéguez, una taberna de suelos grises y en la que no había nadie nada más», recuerda. Allí le leyó Ricardo el manuscrito y allí escuchó por vez primera el antológico verso de «En Sandua aúlla el viento…». «Me quedé fascinado», algo que estimuló a Ricardo y de ahí la dedicatoria. «Seguro que en Córdoba, con su indiferencia, nadie le había dicho nada», advierte el pintor.

El pintor, en su casa ISABEL PERMUY

Pasa Ginés con rapidez de los amigos inolvidables de Cántico a la familia. Porque al artista le encanta recordar su infancia en el municipio de Valenzuela, el pueblo en el que sólo había «tabernas y entierros». También la pronunciación de sus parientes. Sus historias, con algo de realismo mágico liebanizado, son inacabables y hoy le toca comparecer a su tío materno Antero Velasco. «Mi tío fue a la guerra de África y allí le tuvieron que hacer cosas terribles», explica. El tío Antero, de vuelta de sus guerras, se iba a menudo a la taberna y «bajaba impertérrito por la calle, con ese silencio suyo». «Hay poesía en todo eso, y en la forma en la que hablaba», resume Ginés mientras imita una pronunciación de labio superior inmóvil y palabras sentenciosas como cuchillos.

«Yo, como pintor, lo que hago es un cuadro con palabras»

La entrevista acaba regresando desde la familia y la infancia hacia su propia creación, hasta el día a día de este último miembro vivo del grupo Cántico que aún mantiene la pulsión de uno de los grandes colectivos artísticos del siglo XX español. Muestra Ginés lo que está haciendo ahora, unos «collages curiosísimos». Y afirma que aún sigue escribiendo poemas. Es la suya una poesía singular, que viene de Cántico «aunque yo no puedo compararme». «Yo, como pintor, lo que hago es un cuadro con palabras», explica.

Poco parece haber cambiado, pese a los golpes de la vida, la cotidianidad creativa de un hombre que a los 97 años sigue en la pelea diaria de vivir. Un artista de otro tiempo, de todo tiempo. Un creador integral: de los que nacen artistas, con mundo propio, y así siguen hasta que se acaba la función y el telón cae.

En el universo liebanita no hay por ello lugar para el descanso. Da igual 97 que 17 años para un espíritu como el suyo, de creador. La libertad se demuestra andando y en su caso pintando, escribiendo, riendo. Siendo Ginés Liébana desde el principio hasta el final. El último de Cántico. Pincel libérrimo e infatigable.

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