Francisco J. Poyato - Pretérito imperfecto

Generación Bataclan

Los jóvenes asesinados en París eran como tu hijo, o como los de tus amigos: soñaban despiertos

Fueron a beber esa noche un trago de la vida que ya no volverán a sentir. Un sorbo chispeante, largo, loco... en la ciudad posiblemente más maravillosa del mundo. Eran como tu hijo, como tu sobrina, como tus vecinos jaleosos del cuarto, como los hijos de tus amigos o como el intrépido vástago de tu compañero que ha ido a ganarse la vida fuera. Componen una foto social que te es muy familiar. A lo mejor no está puesta en el salón de casa, pero conoces muchas como ésa. Te han contado sus cortas biografías. Veinteañeros y treintañeros que tuvieron la mala suerte el fatídico viernes 13 de encontrarse en la bohemia orilla derecha del Sena. Cenando en locales y terrazas de barrios burgueses. Tomando una copa. Soñando despiertos. Jóvenes profesionales, estudiantes universitarios, erasmus, hipsters, hijos de inmigrantes, trabajadores... viviendo en una armonía pacífica. Una mezcla propia de los tiempos presentes sin mayores afanes que los que el novelista francés André Malraux definió un día como «esa especie de religión a la que uno siempre acaba convirtiéndose». Un estado del espíritu, a fin de cuentas.

La parte más tolerante de nuestra pirámide social, curiosamente. Sabían a por quiénes iban. Como han explicado muchos sociólogos estos días de llanto y duelo, jóvenes que ganan poco, piden ayuda a sus padres para pagar el piso y salir a tomar algo, creativos, con gran sensibilidad cultural, muy bien formados y abiertos. Allí estaban en la Sala Bataclan disfrutando de un concierto cuando se toparon con otros jóvenes coetáneos dispuestos a aniquilar todo resquicio de libertad, de vida y esperanza. En ese punto fatídico del Boulevard Voltaire donde ese 13-N el destino citó a dos generaciones que protagonizarán, desgraciadamente, el mundo que está por llegar. Como la ha definido estos días el diario francés «Liberation», una es la «Generación Bataclan». La fallecida en el brutal atentado terrorista, sanguinaria tarjeta de visita de quienes nos odian y quieren matarnos, y frente a la que no caben equidistancias, ni infundados buenismos ni mantras de bajeza moral que pretenden dar, además, lecciones de democracia y valores desde una seguridad construida con los mimbres que erosionan cada vez que lanzan esos discursos hipócritas y dañinos. Basta un minuto para retratarse sin palabras, trazos o música.

Desde esa noche, nace una generación, la que feneció y la que sobrevivió, que ya sabe a lo que su futuro inmediato se enfrenta en esta vida. Y que debe combatir el miedo, resistiendo desde la normalidad de sus días y noches, pero desde la más absoluta defensa de nuestros valores democráticos (que también incluyen el derecho a defenderse), occidentales, europeos y judeocristianos, nuestra raíz cultural e histórica, por mucho que algunos se empeñen también en denostarla para darle un palmo de hueco a quienes en nombre de una deidad implora la vida eterna con plegarias del calibre 7,62. Una generación que evoluciona frente a otra que involuciona en un estado de guerra santa. Allí estaban esos otros jóvenes de la «Generación ISIS». Un rebaño de kamikazes con una mente secuestrada y entregada a un sacrificio irracional e inhumano. Un terror global convertido en la antorcha a la que seguir desde las tinieblas subjetivas de cualquier punto del mundo. Sin clases sociales ni intelectuales. Y conociendo sus historias, también podrían ser, aunque cueste mucho asumirlo, jóvenes a los que podemos cruzarnos por la calle e incluso haber conocido y que un buen día deciden entregarse al mal como única aspiración y proyecto vital. Estamos ante un nuevo horizonte con dos generaciones que miran a la vida con ojos irreconciliables.

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