RAFAEL RUIZ - Crónicas de Pegoland

El gargajo

Un señor va a ser juzgado por escupir en un capó de forma reiterada. «Celtiberia show» en todo su esplendor

Un vecino de la localidad de Cabra se enfrenta, según han contado los cronistas de sucesos, a una pena de once meses de multa por escupir a diario sobre el capó del coche del vecino. La Fiscalía considera este acto como un acto deliberado de causar desperfectos teniendo en cuenta un hecho que demuestra la contumacia del esputador, su afán por pasar a la historia del gargajo. Tal cantidad de saliva gastada con ánimo presuntamente doloso le puede salir por unos 1.500 euros de multa y unos 4.000 euros de indemnización. Casi un millón de las antiguas pesetas, efectivamente, para quienes aún piensen en las antiguas monedas de curso legal.

La vida se encuentra en los detalles, como esa anécdota (probablemente falsa) de García Márquez sobre la muerte del embajador del Japón muerto. A Gabo le dio por preguntar cómo fue el deceso. «Se lo comieron los cocodrilos», dijo el corresponsal del diario en el que trabajaba el Nobel colombiano añadiendo la extravagancia a la noticia, que es lo que le da calidad a la película.

Pues bien, resulta que el Ministerio Fiscal cree probado que durante un mes completo el buen señor egabrense, ahora mismo encausado en el sumario correspondiente, tuvo la costumbre de acercarse al capó de su vecino a desearle las buenas tardes con un escupitajo. El propietario del auto se dio cuenta del ataque porque aparecían manchas que no era capaz de retirar, lo cual hace a uno preguntarse si el presunto autor de los hechos es como Alien, el octavo pasajero, por la cosa de las babas chungas. O, en su defecto, si los aires del Picacho dan consistencia al moco hasta tal punto de darle inusitada solidez cuando impacta contra el cristal del coche del vecino.

La víctima, si se puede decir así, llegó a contratar a una agencia de detectives con el propósito de coger al presunto autor material de los hechos. Como un Carvalho tecnificado, el profesional de la vigilancia grabó en vídeo los gargajos que se han aportado como prueba documental de cara a la vista oral correspondiente. Se imagina uno a los togados repasando uno a uno su mes largo de salivazos, de uno a dos por día, para dejar constancia expresa, jurídica, de que el acto se realizaba con alevosía y nocturnidad.

Tendremos que esperar a la vista pública, si es que se produce, para conocer las razones últimas del enfrentamiento personal que acabó con esa ristra de gargajos en coche ajeno. Si fue una cosa de avaricia, envidia o, en su caso, de carácter lujurioso. Si todo empezó de manera casual por un chiste tras un partido de fútbol. Si fueron solamente los gapos o también se pasó a palabras, obras u omisiones dolosas. Si, por el contrario, denunciante y acusado han hecho las paces después de aquellos roces que quedaron ocultos tras litros y litros de saliva espumosa, española, que ahora son prueba de cargo de ese capítulo de «Celtiberia Show» que son, en ocasiones, los tribunales de justicia.

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