Opinión

Fuengirola 2029

Hasta hace 39 días, este relato era una distopía para pelis de serie B

Bloques de apartamentos y playas de Fuengirola (Málaga) ABC
Aristóteles Moreno

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LOS cañaverales regresarán a Fuengirola en 2029 . Se adueñarán de los chiringuitos ya moribundos del litoral. Las chumberas irrumpirán en el vestíbulo deshabitado del Grand Hotel, reducido a un esqueleto espectral por la acción corrosiva del salitre. El musgo trepará tenazmente por la escalera hasta colonizar la suite real y el salón de té de la primera planta. Las hojas secas avanzarán por los pasillos fantasmales como prosperan las esporas en el bosque.

Chapotearán las gaviotas en las piscinas solitarias de agua turbia. Nadie tomará el sol en las tumbonas descoloridas sobre la hierba. Los camareros no servirán cócteles de licores granizados con hojitas de yerbabuena ni la música reventará el tímpano de los bañistas. Por ahí, algo habremos ganado. Desde luego.

La arena invadirá el paseo marítimo y entrará sin restricciones en la tienda de souvenir que algún día fue un remolino de turistas suecos. Un desorden fúnebre gobernará el supermercado de la esquina. Las latas de sardinitas en arenque rodarán por el suelo empujadas por las ráfagas de viento fresco que se cuelan a través de las ventanas desvencijadas de primavera.

El silencio se adueñará de la Costa del Sol . El rumor del oleaje volverá a remontar las avenidas de hormigón que enfilan vacías hacia las vaguadas de la sierra. Miles de edificios abandonados jalonarán alineados la raya marítima que va desde el Campo de Gibraltar a los acantilados de Maro. 170 kilómetros de cemento. Toneladas de ladrillos inútiles. Hectáreas de asfalto cuarteado por la maleza.

Los jabalíes descenderán por la rambla que busca mar abierto. Carroñearán los cubos de basura y reinarán entre las galerías devastadas del centro comercial. Aquel santuario de abundancia y fulgor que hoy languidece entre jaramagos secos. Desde la azotea de la torre más alta, se divisará un océano inerte de apartamentos desolados. Con sus terrazas mirando al mar más azul marino que nunca.

Nadie apostará entonces en el Casino de Torrequebrada . Las ruletas dormitarán arrumbadas bajo sábanas blancas. Lo que queda de las mesas de póquer se agolparán contra las máquinas tragaperras, que ya no vomitarán cientos de monedas estridentes. Los crupiers serán memoria muerta de otro tiempo. Nada como un casino abandonado para retratar el desmoronamiento de una época. El adiós de un mundo que fue.

Volverán los delfines al Puerto Banús . Reconquistarán los embarcaderos y surcarán las aguas cristalinas entre yates oxidados. Regresarán las algas a su ecosistema natural. Invadirán las playas desiertas. Retomarán la arena blanca. Los días de marejada romperán las olas los espigones con la fuerza insuperable de la naturaleza. Y los operarios de la Concejalía de Infraestructuras ya no estarán allí para reparar los estropicios.

Los campos de golf serán devorados por el paisaje. La maleza abrazará los parkings y engullirá las hamburgueserías que minan la fachada meridional de España. El Palacio de Congresos se vendrá abajo al modo en que desfallece un cuerpo exhausto al final de sus días. Cuando los objetos ya no sirven, regresan a la madre Tierra que los aguarda siempre. A vuelo de pájaro, Fuengirola en 2029 parecerá una ciudad agujereada por las costuras de la guerra. Como esas imágenes sobrecogedoras que nos dejan helados a mediodía frente al telediario.

Hasta hace 39 días, todo este relato era una distopía para películas de serie B . ¿Hoy también?

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