Cartas a Córdoba

Un purgatorio de recuerdos

Los han ido depositando herederos sin apego a los objetos de sus antepasados

Interior de la tienda '¿Te acuerdas?' en la calle Valdés Leal de Córdoba Valerio Merino
Francisco Solano Márquez

Francisco Solano Márquez

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Querida Córdoba: Cada vez que transito por tu angosta calle Valdés Leal , la antigua Abrazamozas, me detengo ante el escaparate de una curiosa tienda que ostenta este nombre: ‘Compra-venta de nostalgia - ¿Te acuerdas? ’ Se acumulan allí, en ordenado desorden, las cosas más variadas e inverosímiles -especialmente juguetes, pero también lámparas, vinilos y objetos decorativos- que han ido depositando herederos sin apego a los recuerdos de sus antepasados al desmontar una vivienda. Y allí permanecen, estratificados, tal es su abundancia, esperando una oportunidad; alguien con sensibilidad que los rescate y les proporcione nueva vida. Por eso lo llamo ‘purgatorio’.

El creador de aquel mundo insólito es Jaime Sevilla , un cordobés de adopción apasionado por los juguetes antiguos que en 2013 sintió el impulso de dar cobijo a lo que iban desechando los demás. Primero fueron juguetes , pero luego fue ampliando su repertorio, pues ¿cómo rechazar un jarrón de porcelana, una lámpara de bronce , un abanico pintado a mano, una figura romántica de alabastro?

Todo tiene cabida allí, con la limitación propia de un local atiborrado de objetos que se ha ido quedando pequeño, donde el cliente apenas tiene ya espacio para desenvolverse. Pero eso forma parte de su encanto, que permite explorar hasta encontrar lo más inesperado. Un rastro concentrado en pocos metros cuadrados, donde los recuerdos forman estratos de nostalgia. Por ejemplo, veo allí una máscara de Mázinger Z , el robot que cautivó a los niños que ya han cumplido 50 años; máscara de la que, por cierto, Jaime no se desprende porque forma parte de sus propios recuerdos.

Y es que todo lo que ahora se fabrica en serie , desechable y con fecha de caducidad, se hacía antes con el corazón, así que no es extraño que los objetos te hablen, se aferren a una nueva vida para seguir alimentando agridulces nostalgias, que no triste melancolía. Ojalá encontrase allí, querida Córdoba, juguetes que marcaron mi niñez, como aquel caballo de cartón sobre el que galopaba o la caja de zapatos con propagandas de cine que perdí en una mudanza. La nostalgia es fulgor que ilumina nuestra vida desde el pasado, y no esa «t risteza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida», como dice el respetable diccionario, ¿verdad, Córdoba?

Y es que los objetos ligados a nuestros recuerdos tienen un valor sentimental más allá del mero valor económico. Así que cuando veo en el escaparate de Jaime una pequeña mecedora con forma de pato, un pato amarillo con su cofia blanca, en la que se mecieron mis hijos -¿será la misma?- me quito cincuenta años de encima y los vuelvo a ver mecerse en el salón al ritmo de canciones infantiles de entonces. Bendita nostalgia, que recupera retazos de vida en los que refugiarnos frente a tanto desasosiego como nos acosa.

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