CARTAS A CÓRDOBA

Monumento a la inoperancia

Setenta años se cumplirán pronto del hallazgo del Templo Romano, que permanece inconcluso

Estado que presenta el Templo Romano, con sus obras inconclusas VALERIO MERINO
Francisco Solano Márquez

Francisco Solano Márquez

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Querida Córdoba: Recordarás que en el verano del 51 los picos y palas de los albañiles que trabajaban en la ampliación de tus antiguas Casas Consistoriales hacia la calle Claudio Marcelo tropezaron con restos de basas, columnas y capiteles romanos, hallazgo que obligó a paralizar las obras. ¿Qué será esto?, se preguntaban los curiosos. Dos años después la Comisión de Monumentos dio respuesta al interrogante, identificando los restos con un templo romano, premio. Tu alcalde Antonio Cruz Conde, empeñado en recuperar los tesoros del pasado, batalló para conseguir subvenciones del Estado que permitiesen continuar la excavación, gasto que no se podía permitir un Ayuntamiento cuyo presupuesto ascendía aquel año a 24,5 millones de pesetas (147.000 euros de hoy, lo que cuesta un piso).

El granadino Antonio Gallego Burín, a la sazón director general de Bellas Artes, acudió a contemplar los vestigios y, conmovido como Santo Tomás, concedió una ayudita de 80.000 pesetas (480 euros, algo es algo) para continuar la excavación. Las mariquitas que pasaban por allí camino del mercado cubierto de la Corredera, la ‘Plaza Grande’, tropezaban con las piedras depositadas en la acera mientras los arbustos silvestres campaban entre las venerables ruinas. Aquello siguió avanzando a golpe de cicateras e intermitentes subvenciones , pese a que a principios de 1959 el prestigioso arqueólogo Antonio García Bellido apoyó la reconstrucción del templo, que «será, con la Mezquita, el testimonio más grandioso del pasado de Córdoba», dijo. La reconstrucción se desarrolló a trompicones , ralentizada por largas interrupciones. Recientemente el periodista Baltasar López nos ha regalado en estas páginas un documentado reportaje sobre el largo historial de unas obras castigadas por continuas paralizaciones e incumplimientos de empresas, circunstancias que me recuerdan, querida Córdoba, aquel memorable artículo que sobre este asunto publicó ¡en junio del 75 ! el culto escritor y abogado Carmelo Casaño bajo el interrogante ‘¿Una maldición del pretor?’ , en el que atribuía a Claudio Marcelo las desventuras de la excavación.

Pues bien, la maldición del pretor sigue vigente , sin interrogante, pues no hay forma de acabar una obra que algunos consideran pastiche, por reproducir capiteles y fustes romanos de hormigón armado, como delataron durante años las ferrallas que asomaban por encima de las falsificaciones mientras un exoesqueleto de andamios parecía sostener aquel monumento a la inoperancia. La última ocurrencia ha sido pretender que el templo sea visitable para que los turistas , cuando vuelvan, puedan enredarse entre sus falsas columnas, cuando la mejor visión del conjunto se obtiene desde fuera , sin necesidad de hurgar en sus tripas, exponiéndose a caídas y accidentes. Más sensato sería estudiar la integración en el templo de fustes y capiteles auténticos dispersos por plazas , como las Doblas, y el propio Museo Arqueológico, que proporcionasen más autenticidad al pastiche. Ay, si las piedras hablaran, querida Córdoba, como imaginaba Antonio Gala.

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