CARTAS A CÓRDOBA

Julio Romero ya no se asoma al río

Con un nudo de amargura en la garganta regresaría desde la Ribera a su plaza del Potro

Un hombre observa desde un edificio de la Ribera la abundante maleza existente en el Guadalquivir VALERIO MERINO
Francisco Solano Márquez

Francisco Solano Márquez

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Querida Córdoba: Si un milagro imposible reviviera a Julio Romero de Torres , noventa años después de su muerte, ya no podría ver tu río Guadalquivir deslizarse ante sus ojos observadores asomado a las barandillas de la Ribera , que tanto llevó a cuadros memorables como «Ángeles y Fuensanta», por ejemplo. La mala gestión de los organismos (in)competentes le han robado el río a Julio Romero , ocultándolo a su vista por una selva incontrolada que lo devora y lo borra del paisaje ribereño. ¿Quién rige tus destinos, Córdoba, que maltrata de esta manera a tu Guadalquivir, el río grande que marcó tu nacimiento a su orilla? Nos engañaron impunemente, como a los niños se les engatusa con caramelos, con el pomposo Plan del Río, mientras lo dejaban morir entre la maleza. Hipócritas.

Fue acertado y hermoso que Ana Verdú y sus colaboradores del Archivo Municipal eligieran la Ribera para instalar aquella recordada exposición sobre « Julio Romero de Torres lejos del tópico », ante cuyos paneles se detenían los paseantes -mujeres de los barrios cercanos, ciclistas sudorosos, muchachos poseídos por la curiosidad, jubilados sin agenda, cordobeses en fin con afán de ilustrarse- para mirarse en el espejo del mito y redescubrirlo a través de sus obra, sus escenarios, sus homenajes y, ay, su muerte, con el apretado cortejo subiendo por la calle de la Feria o deteniéndose, cómo no, en tu plaza de Capuchinos, de cuya cal prende la ‘La Saeta’ en azulejos.

Eligieron el mejor lugar posible , tu Ribera , aquella por la que Julio paseaba al atardecer para observar los horizontes rojizos que incendiaban luego sus cuadros. Pero si Julio volviera allí por un milagro imposible , se sentiría traicionado , Córdoba , sin río visible ni poyos donde sentarse contemplativo, los mismos que ocupaban antaño los pescadores de caña a la espera de un pez plateado. Nada. Y con un nudo de amargura en la garganta daría media vuelta , desilusionado, y regresaría a su casa de la plaza del Potro para buscar la inspiración en su patio florido y arqueológico, al reencuentro de la luz y el rumor que el invisible río le negara.

Disculpa, querida Córdoba, si insisto en la vergüenza de tu río oculto por la vegetación silvestre , una puñalada a tu merecida declaración de Patrimonio de la Humanidad. No sé si se asomarán al río los del Icomos o la comisión que te examine para mantener el título, pero si lo hicieran creo que rebajarían la nota o incluso suspenderían, no a tí, querida Córdoba, sino a las autoridades que maltratan tan desconsideradamente tu río. Ojalá esto sea un mal sueño del que despertarse, como el de la pandemia, y volvamos a verlo discurrir por sus orillas «de arenas nobles ya que no doradas», como escribió Don Luis, y no sepultadas por la maleza invasora y la mierda .

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