Pretérito Imperfecto
Venancio y la guerra interna del PP
Venancio, edil las 24 horas y agricultor en reciclaje, no es ni de Ayuso ni de Casado. Es del PP
Venancio puede ser perfectamente un afiliado al PP de cualquier pequeño pueblo de Córdoba que lleva desde el jueves moviendo su cuello de izquierda a derecha sin parar y arqueando las cejas como en un susto interminable. Uno de esos militantes incardinado en el sistema capilar rural donde el PSOE ha mandado (y manda) toda la vida, y donde ser de derechas ha sido siempre un problema, una etiqueta, una contrariedad.
A veces se ha acercado a la capital a ver a los líderes de su partido que irrumpen con el himno a toda pastilla como cuando ponen el de la Champions en las eliminatorias del Real Madrid. Acude a los actos porque hace falta llenar el aforo para causar buena impresión. Lleva kilómetros por un tubo.
Pero Venancio acude displicente, convencido; y retorna a casa estimulado y satisfecho, porque ahora ya no le pesan las miradas jocosas ni los dedos afilados de sus vecinos en la plaza. Para colmo, desde que es concejal y sabe lo que supone gestionar , tomar decisiones y mirar por un euro que no es suyo lo que no está en los escritos, siente que su trabajo suma en un momento clave. Siente pánico de que sus vecinos pudieran acusarle de haberse llevado un céntimo.
Venancio, edil las veinticuatro horas y agricultor maduro en reciclaje tecnológico también sin descanso, no es ni de Ayuso ni de Casado. Es del PP. Si acaso, de Juanma Moreno , el ‘hombre tranquilo y moderado’, como él dice siempre en su casa a su mujer. De lluvia fina que no irrita, la buena del campo. Pero sobre todo quien le gusta es Jesús Aguirre , con quien se entiende a las mil maravillas y al que anima con dos ‘palmotazos’ en la espalda cada vez que lo ve: «Pa’lante, consejero, ánimo».
Venancio no tiene formación extra en telegenia, redes sociales, gestión de crisis, deontología de base, jefe de prensa, cuenta en Instagram o cursos de FAES . Tiene sentido común y un dolor de cabeza desde el jueves que achica su corpachón campero y curtido de grietas en la piel. Horas agachado o en el tractor. No da crédito a lo que ha visto y escuchado estos días.
A veces le viene una hinchazón de la vena cava con sólo pensar las horas que le echa a esto de la política, lo que cuesta sacar adelante una simpleza y los quebrantos que da en su casa... para que en unos minutos todo se vaya al traste y la mofa asome por las esquinas de su barrio, si no es su mujer la que le recuerda lo tantas veces vaticinado.
Venancio es un soldado sin trinchera al que le llega la metralla que explota en un campo de batalla que queda demasiado lejos, pero donde se juega a la guerra por el poder. Una especie de efecto mariposa que comienza en una agencia de detectives y termina en un minúsculo local de un pueblo cualquiera que hace las veces de sede política.
«¿Y ahora qué?», se pregunta ensimismado mirando al techo con desconchones del despachito municipal. Las ganas de darle una patada a todo y volver a su pequeño olivar cobran brío. Y las peores maldiciones que siempre ha escuchado de los políticos y frente a las que replicaba con vehemencia, parecen ahora volverse un sabio axioma.