Pretérito imperfecto

La multa de Colecor

Pese a su incontinencia verbal, y aunque dio pistas, Gómez se guardó algunas claves sobre la caja negra de aquellos tiempos

Rafael Gómez, delante de las naves en 2011 EFE
Francisco Poyato

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Las naves de Colecor fueron el Titanic de Rosa Aguilar . Aquellos descomunales almacenes low-cost que Sandokán levantó en la huella de la vieja cooperativa lechera en un tiempo récord —a lo hospital de Wuhan— mientras todo el mundo en Córdoba miraba para otro lado —pese a la magnitud de la obra— destaparon las coordenadas de un tiempo en el que las cosas podían decidirse en esta ciudad delante de una bandeja de frescas pijotas malagueñas o en una noche de bodas al más puro estilo siciliano. Así de berlanguiano, tan puro Rafael Chirbes , tan feudal como kitsch . Gómez, tan desproporcionado para todo en la vida, alquilaba buques mercantes que surcaban los océanos desde China cargados de todo cuanto cordobés de bien pudiera desear para su piso, su parcela y, por qué no, su chalé de taco. Desde un plato-ducha, hasta un tocador rococó, tresillos o fuentes ornamentales. Un gran bazar chino. Era un paravisionario al margen del sistema, pero por el sistema. «Yo voy por delante de la norma, socio», llegó a confesarme a escasos centímetros de mis pupilas hace muchos años en una entrevista hecha en el interior de aquella atrocidad urbanística que parió la multa más grande jamás impuesta (30 millones de euros) y que nunca tendremos el honor de ver acaudalada en las arcas municipales.

Y a Rafael Gómez , dotado de un instinto felino para los negocios y una inteligencia natural pese a su analfabetismo confeso, no le faltaba razón. Él iba por delante de la norma, porque ésta llegaría después para coser lo descosido. Y esa fue la sencilla razón por la que nació el caso de las naves de Colecor, destapado por ABC hace 15 años. Sandokán tenía el plácet, el «tira para adelante» de tantas ocasiones, que ya después se armaría el traje legal para adornar la política de los hechos consumados. Pero el juego se les fue de las manos a todos. Ni Rosa Aguilar pensó que Gómez fuese a llegar tan lejos en la enésima irregularidad como para dejarla en evidencia, ni éste podía imaginar que aquella campechana alcaldesa que tan bien se movía en sus códigos propios y a la que habían tratado en casa como a una hija le iba a dejar tirado en la estacada. De ahí nació aquel invento de Unión Cordobesa (UCOR), la venganza fría de nuestro particular self-made-man, servida en las urnas con el final del «Califato rojo» y sus estertores rosistas viendo a Rafael como líder de la oposición y a su entrañable «amiga» en las filas socialistas.

Mala conciencia debió quedar en aquella huida abrileña cuando en los años siguientes no cesaron los movimientos políticos tras las bambalinas del partido y la Junta para intentar arreglarle a Rafael Gómez el asunto de las naves de Colecor . Hasta quedadas en el AVE con doctos abogados de renombre y dirigentes para intentar buscar una salida regularizable a cuarenta mil metros cuadrados de naves ilegales, pasto ya de la crisis económica, los bancos, las hipotecas y los concursos de acreedores. Pese a su incontinencia verbal, nuestro hombre siempre se acabó mordiendo la lengua en este asunto y dejando todas las claves sin desvelar, pese a las innumerables pistas que señaló sobre la caja negra de aquellos tiempos. La maraña judicial aminoró la multa pero devolvió a la casilla de salida la herramienta urbanística necesaria para, demoliendo una cuarta parte de lo edificado, salvar el uso de unas instalaciones que bien podrían haber tenido a día de hoy alguno de los usos que llevamos enquistados en nuestra hemeroteca.

No hubieran venido mal en estos tiempos de pandemia veinte millones de euros en las arcas de todos, ahora que Sánchez dice que viene a llevarse lo que es suyo.

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