Pretérito Imperfecto

Una mascarilla de 21 millones

Sánchez está jugando con muchos ayuntamientos que como el de Córdoba no podrá paliar el desastre del virus con sus ahorros

El alcalde de Córdoba, José María Bellido, con la consejera de Fomento, Marifrán Carazo VALERIO MERINO
Francisco Poyato

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Cristóbal Montoro sigue más presente en nuestras vidas de lo que pudiera pensarse, aunque tuviéramos muchas ganas de perderlo de vista en ciertos aspectos. Ese ministro de Hacienda desabrido y ufano, de humor particular, y un toque jiennense, sigue marcando los ritmos contables hasta en pleno volcán del coronavirus . Porque Sánchez y este país sigue viviendo del último presupuesto del hombre de los números de Rajoy . Y porque los ayuntamientos de aquella hecatombe económica de 2008 , muchos en quiebra técnica y dejando un rastro dramático de proveedores a dos velas, salieron a flote con aquellos fondos tutelados de pago y pelean hoy con toda justicia por que el gobierno socialcomunista les deje gastar lo que en buena lid han ahorrado en sus arcas municipales. Y no para caprichos varios, sino para poner algo más que mascarillas y geles hidroalcohólicos en la ruina que se barruntan por culpa de una pandemia intratable.

Tan sencillo como que los autobuses urbanos sigan funcionando, las ayudas de emergencia sigan llegando a los más necesitados, se pueda pagar a los barrenderos, manteniendo los servicios de seguridad y salvamento básicos y estimulando una economía sin latido. Tan obvio como no tener que subir más impuestos , además del martillazo que los moradores del Ejecutivo nos preparan para otoño...Pero el «avaro» de Moncloa recela de entregar tan preciado botín a los alcaldes a cuyas puertas siempre llega la airada queja que nunca recalará en el despacho del presidente. Le da igual que sean del PSOE o de Ciudadanos, de Izquierda Unida o del PP. Sus constantes fiascos europeos no le garantizan la elevada factura del Covid-19 , con los popes del norte dando calabazas y la ministra Nadia Calviño con cara de póker, así que se ve abocado a echar mano de la caja municipal.

Habrán leído estas semanas una cifra que repite constantemente el alcalde de Córdoba: 21 millones de euros. Esa cantidad fue la que ahorró el Ayuntamiento de Córdoba en 2019 al ejecutar su presupuesto (mitad de méritos a repartir entre PSOE e IU y el PP con Ciudadanos). Las crudas reglas de gasto de Montoro -que ya empezó a padecer Bellido siendo concejal de Hacienda- han obligado estos años a los ayuntamientos a quitar deuda con los bancos a la fuerza cada vez que soplaban unos euros de más en su balance. Y, por contra, evitar inversiones en dotaciones o servicios más visibles. Montoro los puso derechos como una vela a todos. Lo cual, en estos años atrás, ha permitido que la mayoría de los municipios gocen de buena salud y sepan aplicar la regla número uno de toda casa: este pan, para este queso. Sin las barbaridades que conocemos y congelando tasas e impuestos, el recurso fácil cuando ataban perros con longanizas.

Ante la dramática situación que vivimos, los ayuntamientos españoles, de todo signo y condición, exigen que el Gobierno les deje usar el superávit, el ahorro, para tapar los agujeros y el coste desorbitado de una pandemia sin horizonte claro. Para ayudar a sus autónomos, no cerrar empresas municipales, mantener a flote la administración que recibe el primer golpe y que salió la primera a insuflar aire vital. Sánchez lleva jugando al despiste meses, con la soberbia y autoritarismo de su ministra de Hacienda Montero -la que tanto cuestionaba al ínclito Montoro- hacia unos alcaldes que ayer mismo, y cuando creían que el pulso caía de su lado finalmente, se toparon con la penúltima del Ejecutivo: liberar una pequeña parte de esos ahorros y prorratear a diez años el resto, cuando ya sea demasiado tarde. Chantaje, no, desvergüenza.

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